También este año en el mes de noviembre visité la aldea Tipulkán. En las aldeas no se escucha el latir del tiempo, todo es tan cíclico y perfecto.
Esta vez sentía algo diferente, como si la lluvia estuviera goteando en mi corazón, mojando mis días de cansancio y asombro.
Hace tres años en este mismo lugar encontré a una niña especial, Viviana Chamán Tun. Llegué a su casa porque era el día de la primera comunión y ella no había llegado a la ermita.
Al entrar en su casa vi una niña tierna y humilde, pero con una mirada de felicidad que las palabras más poéticas no pueden definir. Lo primero que me dijo fue: ¿Puedo recibir a Jesús?
El dolor y las pérdidas de sangre de este pequeño ángel bien se podían comparar con la cruz de Cristo.
Yo quería salir de la casa y llorar. Su sufrimiento y fragilidad eran un arcoiris de serenidad y paz que me desarmó.
Después de confesarse, Viviana recibió a Jesús como la primera, la única y la última vez. Pocos días después fue llevada de urgencia a un hospital de la capital y su luz se fue apagando lentamente.
Antes de morir dijo a su mamá: “Si muero voy a ir al paraíso, porque el padre Víctor me dio mi primera comunión”.
Con un libro de cantos que le había regalado cantaba en q’eqchí desde su camita. Decía: “Con este libro voy a cantar con los ángeles”.
El día de su misa de funeral ese libro estaba a su lado. Ahora estoy seguro que los ángeles también cantan en q’eqchí.
P. Víctor Castagna, misionero salesiano en la parroquia de San Pedro Carchá, Guatemala