Foto: Pixabay A veces, y después de haber intentado todo medio, al ver que ciertos alumnos eran incorregibles, Don Bosco empleó tales correcciones que permanecieron inolvidables, como la del 16 de septiembre de 1876.

Don Bosco, en las “Buenas Noches”, empezó a narrar con calma lo mucho que el divino Salvador había hecho y padecido por la salvación de las almas y sus amenazas contra los que escandalizan a los pequeños. Habló de lo que él mismo había hecho y hacía, cumpliendo la misión que la divina misericordia le había confiado y recordaba los sudores, las fatigas, las humillaciones sufridas por la salvación eterna de los jovencitos.

Después pasó a narrar cómo en el Oratorio había lobos, ladrones, asesinos, demonios que habían venido a robarle las almas a él confiadas, y añadió: “estos tales se creen que no son conocidos, pero yo sé quiénes son y podría nombrarlos en público. Quizá no esté bien que yo lo haga; sería para ellos algo deshonroso, sería señalarlos a dedo ante sus compañeros e infligirles un castigo espantoso.
Pero si yo no los nombro, no crean que no lo hago porque no conozca todo o porque solo tenga una vaga sospecha, o tenga que ponerme a adivinar... Porque si yo los quisiera nombrar, podría decir: Eres tú, A...(y pronunció nombre y apellido de uno), un lobo que giras en torno de tus compañeros y los alejas de sus superiores, poniendo en ridículo sus avisos. Eres tú, B..., un ladrón que con tus conversaciones empañas el candor de la inocencia. Eres tú, C..., un asesino que con ciertos escritos, ciertos libros, ciertos escondites arrebatas del lado de María a sus hijos. Eres tú, D..., un demonio que corrompes a los compañeros y les impides con tus burlas la frecuencia de los sacramentos”.

Seis fueron los nombrados. Su voz era calma, vibrante. Cada vez que pronunciaba un nombre, se oía un grito sofocado. Parecía el juicio universal.

Cf. Lemoyne, Vita II, 255

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