El modo de proceder adecuado o inadecuado de un individuo se explica en gran parte por la manera como la afectividad y los sentimientos influye en su conducta.
Nuestra afectividad busca lo agradable y es algo que fácilmente escapa al dominio de la conciencia.
La naturaleza de la afectividad permite comprender el porqué de las conductas impulsivas. Funciona frecuentemente como motivación inconsciente y puede convertirse en algo que esclaviza.
Esto produce una enorme dificultad para juzgar fríamente los propios sentimientos.
Quedar envuelto por un sentimiento significa no poder ver otra cosa más que el propio sentimiento. El resto del mundo no es percibido objetivamente. Solo se ve como medio para descargar, por ejemplo, la cólera. No nos deja ver otra cosa más que el propio sentimiento.
Una vez pasado ese momento, la persona que se ha dejado llevar ciegamente por ello se arrepiente y pide perdón.
Cuando el ser humano queda envuelto por sus sentimientos, cuando no es capaz de ver otra cosa distinta, se produce en él una actitud de subjetivismo.
Por subjetivismo se entiende la actitud por la cual una persona no admite otra realidad más que la suya propia. El sujeto actúa como si el mundo girase en torno a él.
Frecuentemente el sentimiento se convierte en un dictador. Se muestra cuando, sin discernimiento alguno, se actúa según se siente o se desea o me agrada.
No he encontrado nadie que lo explique mejor que el sicólogo mejicano Octavio Balderas. Y espero estar interpretándolo bien.
La condición primera para lograr autonomía y señorío ante la propia afectividad es lo que se llama ‘fidelidad a la verdad’. Porque de aquí brotan el realismo y la objetividad.
Entonces la persona deberá comenzar por conocer la verdad objetiva.
No se trata de negar los propios sentimientos. Eso sería reprensión. La ‘fidelidad a la verdad’ considera los sentimientos como realmente existentes y básicamente positivos.
Sin embargo, no se deben considerar los sentimientos como lo único importante. No se deben considerar como absolutos y obsesivos solo por el hecho de que son fuertes.
Como si los sentimientos tuvieran la última palabra. O como si no se pudiera actuar en forma distinta a lo que uno siente, desea o le agrada.
Los sentimientos suelen ser superficiales y cambiantes. No son fáciles de controlar. La verdad dictada por la razón, en cambio es más fría y objetiva. La razón lógica debe controlar los sentimientos y no al revés
Para lograr autonomía y señorío ante la propia afectividad es necesario fidelidad a la verdad, de la cual brotan el realismo y en la objetividad.
La intensidad de los sentimientos no cambia la verdad, no cambia la realidad. La realidad debe conocerse y respetarse. Realidad debe imponerse.
Se produce la ‘esclavitud interior’ si se consideran los propios sentimientos como absolutos e indiscutibles.
Entonces el camino hacia la ‘libertad interior’ supone que uno tiene que relativizarlos. La consecuencia de absolutizar los sentimientos es la obediencia ciega a todo lo que ellos piden. Eso ocurre si no se está atento a la realidad objetiva.
Por lo tanto, debemos estar en continua búsqueda de la verdad; con actitud humilde. Evitando dar juicios absolutos y definitivos con respecto a todo y a todos.
Hay que ser realista respecto a todos los datos que ofrece la naturaleza de las cosas como son; aceptar que la realidad física procede siempre de acuerdo con una perfecta e inmutable lógica. O sea, de acuerdo con unos principios.
El realismo supone haber comprendido que nada existe sin una causa y que todo efecto es proporcionado a su causa.
Realismo significa aceptar con serenidad que la lógica de la realidad no cambiará ni puede cambiar e igualmente aceptar que la propia actitud frente a ella sí puede cambiar.
Pero una cosa debe quedar clara: se acepte o no se acepte la lógica de la realidad se va a imponer a la larga. Si se acepta la realidad como es, el resultado será una conducta adecuada y si no se acepta, necesariamente se padecerán las consecuencias negativas que tanto lamentamos con demasiada frecuencia. Con daños también para el prójimo.
La realidad no es manejable según el propio capricho. El sujeto que todo lo juzga según el agrado que las cosas le producen se está dejando llevar por una afectividad distorsionada.
Ir en sentido opuesto a los propios sentimientos no debe ser una norma de acción, pero tampoco debe ser una norma de acción seguir ciegamente los propios sentimientos y deseos.
Artículos relacionados: