IMG 0436 Llegue hasta ustedes mi cordial saludo como cada mes mis buenos amigos y amigas del carisma de Don Bosco. Saben que, en lo posible, me complace compartir con ustedes los ecos de muchas de las cosas increíbles que tengo la fortuna de vivir.



Hoy quiero contarles mi experiencia mientras me encontraba en Tailandia. Tuve la oportunidad de conocer la “Casa Don Bosco” en Bangsak. Esta pequeña pero hermosa presencia salesiana nació en un lugar de dolor y hoy se ha convertido en un lugar de vida.
Fue el 26 de diciembre de 2004 que un terrible tsunami arrasó gran parte de Indonesia y regiones e islas limítrofes, llegando hasta el sur de Tailandia.

En Indonesia fueron unos 172.000 los muertos y desaparecidos. En ese pequeño pueblo de pescadores (y también de turismo, especialmente para extranjeros), los muertos y desaparecidos llegaron a casi 8.000 personas. Una verdadera tragedia.

El Rector Mayor en aquel tiempo pidió al Provincial de esa inspectoría salesiana ponerse de inmediato en movimiento para poder acoger a muchos de los huérfanos víctimas del tsunami.

Así se hizo y al poco tiempo más de 117 muchachos y muchachas tenían una casa y en ella una familia grande que los acogía, les daba seguridad y, aún dentro de su dolor, una oportunidad para mirar a la vida con esperanza. Así pasaron los años y aquellos chicos y chicas crecieron, pudieron formarse y hoy son mujeres y hombres con sus familias y sus vidas bien encaminadas. Toda una bendición aún en medio de la tragedia.

Pero hoy, 18 años después, ya no hay, por fortuna, huérfanos de aquel tsunami en Kaolak. Y se preguntarán: ¿qué pasó con esa presencia salesiana? Eso es lo que yo pude ver con mis propios ojos.

Al llegar nos esperaban 42 niños, niñas y adolescentes entre los 6 y los 15 años; viven una preciosa vida de amistad y de familia. Están organizados en 5 casitas preciosas, hexagonales, en la que tienen cocina, lugar para lavar su ropa, baños y duchas, sala de estudio, comedor y un pequeño dormitorio. El lugar es paradisíaco como toda aquella región. La vegetación exuberante y frondosa. He de reconocer que el calor también es fuerte, hasta pesado, diría. Detrás de las casitas hay una pequeña montaña. Un poco más lejos, en la costa, el bellísimo mar. Y muy cerquita de la casa salesiana está la escuela pública que frecuentan nuestros muchachos y muchachas.

¿Y quiénes son estos chicos y chicas? Pues, como dije, ya no tienen nada que ver con el tsunami, pero sí con el tsunami de la vida, de la pobreza, de las fragmentaciones familiares. Los chicos que viven aquí no tienen padres; hay quienes tienen la protección de un familiar lejano.

La casa salesiana es esa oportunidad que transforma vidas, que lleva a cabo verdaderos “milagros”. Sí, reitero la palabra: verdaderos ‘milagros’. No se asusten por ello. Puedo asegurarles que me conmovía saber que las jovencitas que están allí tienen la oportunidad de prepararse felizmente para la vida, de sentirse cuidadas y protegidas, de formarse, de estudiar a veces hasta los más altos niveles en algunos casos.

¿Saben por qué digo que es un milagro? Porque sin esta oportunidad, a esas preadolescentes de 13 años podría esperarles caer en cualquier red de prostitución o de explotación de menores o bien ser obligadas a tener un marido muy mayor o anciano. Me decía a mí mismo: “Sólo por esto merece ya la pena el hermoso ideal del carisma de Don Bosco que se sigue encarnando y haciendo realidad hoy, 165 años después”.

Añado algo más que encuentro maravilloso. Podrían pensar que allí tenemos una comunidad salesiana, pero no es así. Las presencias en Tailandia y los frentes que atender son tantos y tan diversos y grandes que no conseguimos llegar a todo como comunidades salesianas, pero sí como presencias salesianas con educadores y educadoras salesianos de todo tipo.

En la “Casa Don Bosco de la esperanza” dos laicas consagradas están al frente de esta presencia educativa, quienes hacen de mamás las 24 horas del día. Un matrimonio de salesianos cooperadores se encarga de la administración, de las compras, de lo que se necesite, y hay una señora, una auténtica mamá Margarita, que cocina y acompaña todos los procesos de preparación de las comidas. La Provincia salesiana asegura que no les falte lo necesario. Es otra presencia más y se vela por ella con el mismo cariño.

Mi corazón se llenaba de gozo al escuchar que un 12% por ciento de estos muchachos y muchachas de Don Bosco llegaban a la universidad. Un 15% hacía después algunos estudios técnicos en nuestras escuelas de formación profesional y más de un 50%, terminada la enseñanza del colegio público, encontraban un trabajo con el que comenzar su vida con autonomía. A los otros se les perdía la pista o no había noticia de ellos.

Viví no sólo un hermoso sueño sino una realidad que me llegaba al corazón. Esta es otra de esas cosas buenas que existen, se desarrollan, no hacen ruido, pero que hacen más bonito el mundo. Por eso el dolor del tsunami deja paso hoy a la belleza de la esperanza. Sigamos creyendo que también hay cosas buenas en nuestro mundo.

 

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 259 Septiembre Octubre 2022

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