gratitud «Dios mío, te daré gracias por siempre» (Sal 30,13). No solamente en el salterio, sino a lo largo de toda nuestra vida, la expresión de agradecimiento a Dios aparece una y otra vez en los más variados tonos. 2015, año de Bicentenario, ha activado una amplia programación pastoral en todos los países, pero sobre todo, un tiempo de acción de gracias. 

 

La admiración por cuanto el Señor nos ha regalado en estos doscientos años de fecundidad pide un estilo de vida, una actitud que lo alimente: la gratitud. Sí, las celebraciones del año jubilar en el mundo entero nos tienen que llevar al agradecimiento y, como toda virtud, necesita aprenderse y ejercitarse. Es una tarea de por vida y permitanme que les sugiera tres modos de vivirla concretamente. 

Para agradecer, en primer lugar hay que saber contemplar; nuestra mirada ha de ser capaz de fijar su atención en la historia de nuestra Familia Salesiana. En estos 200 años desde el nacimiento de Don Bosco nos hemos sentido queridos incondicionalmente. Precisamente porque el agradecimiento se sustenta en la humildad, necesitamos darnos un tiempo de madurar nuestras motivaciones apostólicas verdaderas: para que no se desvíen, no se detengan, no se hagan apresuradas, ni infinitas, ni estériles..., sino que se abran a la gracia de Dios. En medio de tantas iniciativas y actividades en las que celebraremos con alegría el Bicentario de nuestro Padre Don Bosco, hemos de cuidar tiempos de interioridad, “espacios verdes” libres de ruidos, para fiarnos de la Providencia de Dios y ser libres en la respuesta. Nuestra vida pastoral, sumidos en el día a día en mil tareas, a veces, atrapados por infinidad de campos de acción, nos invita a tomar en serio un tiempo generoso para dejarnos sorprender todos los días, para esperar las promesas de Dios con la misma actitud que vivió Don Bosco. El Bicentenario debe alcanzar, en primer lugar, el corazón de las personas.  

 

En segundo lugar, recordemos cómo la pasión educativa cruzó el camino de la vida de Don Bosco de extremo a extremo, desde los primeros pasos hasta el final, propiamente desde los primeros años a los casi setenta y tres. No hay tiempos muertos en la vida de un educador salesiano. No hay paréntesis en la promesa de Dios ni en la respuesta generosa del llamado. La actitud de la gratuidad en la vida apostólica se entiende desde esta convicción: trabajamos por Dios y con la fuerza de Dios. La lógica del Evangelio es la de la gracia (Rom 9,16; 1 Cor 4,7), y la vocación de cada uno no es un gesto calculado sobre la propia medida o cualidades, sino sobre la promesa de Dios que es regalo. Una promesa que no caduca y nunca falta. En el corazón de la Familia Salesiana destacan personas de cualquier edad en quienes ha sido y es fácil leer esa vida entregada: sus pequeñas atenciones, el respeto a los muchachos, la presencia afectuosa..., alcanza un grado de intensidad semejante a la fuerza de Aquel a quien representan. 

 

Por último, ser agradecidos introduce originalidad, novedad y frescura en nuestra vida. Y nos acerca a los jóvenes, a quienes queremos y que nos quieren, estrechando lazos y consolidando relaciones profundamente gratuitas. Vivimos en la cultura del mérito, que tiene en el narcisismo su mejor aliado, la generación del “me lo merezco», frente a la cultura del don en las relaciones, de la amistad sincera y desinteresada. La herencia pastoral recibida de Don Bosco, su sabiduría pedagógica y carismática está descrita no tanto en investigaciones, sondeos o grandes tratados, sino en su propia experiencia de pasar muchos tiempos de calidad con los jóvenes. La gratitud es una mercancía cara en el mundo de las relaciones. La nueva edición del “Cuadro de Referencia para la Pastoral Juvenil Salesiana”, presentada en el pasado Capitulo General de los salesianos, nos invita a “hacer de nuestra casa una familia para los jóvenes” (capítulo V), nos convoca a una presencia animadora haciendo de la gratuidad un instrumento de nuestra relación educativa. 

El Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia el carisma salesiano, y nosotros, herederos de ese don, estamos llamados a ser “creadores de puentes” entre Dios y los jóvenes. Estamos llamados a visitar continuamente las dos orillas: las nuevas generaciones y el Señor. Todo joven es querido y digno de confianza por parte Dios. Aquí es donde se funde la presencia amistosa y paterna que en la genialidad educativa de Don Bosco se expresaba en una amistad sincera, una presencia amorosa. 

 

Los jóvenes son nuestra tierra prometida. Mientras dura el camino, pasan los días, ellos son la zarza ardiente desde la que Dios nos llama a la gratuidad. El modo mejor de “decirle gracias” al Señor por el don de Don Bosco es celebrar la vida, y este oficio no se agota en la oración litúrgica, sino que se extiende a la totalidad de nuestra vida diaria. En efecto, cuando el corazón está agradecido, necesita celebrar. La celebración es culminación del agradecimiento por tantas bondades recibidas en la historia de nuestra Familia.

 

Su voz ha resonado más allá de la Iglesia católica, suscitando simpatías en todos los contextos, y trazando puentes de diálogo con otras culturas religiosas. Nos alegra sobre todo saber que la palabra de Don Bosco ha sido acogida con entusiasmo por los jóvenes. Ellos se han apoderado de esa sugestiva consigna salesiana que yo quiero ofrecer, como mensaje a la juventud del mundo: « Queridos jóvenes: os amo con todo el corazón, y me basta que seáis jóvenes para amaros con toda mi alma» . Don Bosco lo dijo para todos sus jóvenes y yo le pido este don a nuestro Padre, Maestro y Amigo.

 

Ángel Fernández Artime

Rector Mayor 

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