Hoy en día muchos escogen la cohabitación (convivencia en pareja) en lugar del matrimonio como primera forma de convivencia con la persona amada. Algunos deciden vivir así para siempre; muchos acuden al matrimonio después de esta experiencia y, en cualquier caso, parece que es una fórmula que resulta atractiva a muchos jóvenes de hoy.

 

Los estudios que están apareciendo, en la actualidad, sobre la cohabitación indican que la cohabitación antes del matrimonio aumenta el riesgo de divorcio una vez casados. Parece que la cohabitación puede cambiar la actitud de la pareja ante el matrimonio. Las personas que cohabitan son menos entusiastas ante el matrimonio y la paternidad. La institución del matrimonio les atrae menos y, cuando se casan, parece que tienen menos éxito y son más favorables al divorcio. La cohabitación seriada le hace a uno cambiar más fácilmente de pareja antes problemas que, de otra manera, podrían solucionarse con un esfuerzo de ambos, porque uno se puede acabar acostumbrando a las rupturas. El nivel de “certeza” o de “seguridad” sobre esas relaciones acaba siendo menor.

 

No parece que se aprenda a amar mejor con múltiples experiencias y estas experiencias son, por el contrario, previctorias de fracaso en el futuro. Algunos estudios indican que cuanto más larga es la experiencia de cohabitación, más se fija la costumbre/norma de “bajo nivel de compromiso” y esto dificulta el mantenimiento del compromiso del matrimonio si se casan.

 

No podemos negar que hay una diferencia entre personas que viven juntos teniendo la intención de comprometerse para siempre (existe en este caso la voluntad de perdurar si bien no lo han hecho de un manera explícita) y aquellas sin dicha intención. Sin embargo, se diferencian del matrimonio en la fuerza y validez que indiscutiblemente da el compromiso solemne ante terceros.

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