tmdonboscopto Don Bosco hizo una clara y decidida opción por los jóvenes, los adolescentes, los muchachos (no precisamente los niños ni los adultos). Sintió que ese era el campo que el Señor le había asignado: la juventud, “la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana”; edad frágil, expuesta…, decisiva para el resto de la vida; decisiva para el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Desde pequeño Juan Bosco entendió que esa era su vocación: los muchachos.

En Chieri, mientras estudiaba la secundaria, formó con sus compañeros la “Sociedad de la alegría”. Joven sacerdote en su pueblo, gozaba de la compañía de los chicos. A su director espiritual, Don José Cafasso, le manifestó que “se veía rodeado de muchachos”. A su bienhechora, la marquesa de Barolo, le declaró su decisión: “Mi vida la tengo consagrada al bien de la juventud”. Años más tarde, en unas “buenas noches”, les dijo a sus muchachos: “Yo por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes vivo, por ustedes estoy dispuesto incluso a dar mi vida. Ustedes son la razón de mi vida”.

En 1884, estando de viaje en Roma, les escribía: “Cerca o lejos, yo pienso siempre en ustedes. Mi único deseo es que sean felices en esta vida y en la otra. El no verlos ni oírlos me causa una pena que no pueden imaginar”.

A su joven secretario, que le sugería que ya no se cansara confesando a los muchachos, Don Bosco, ya anciano, le respondió: “Querido Viglietti, he prometido al Señor que hasta mi último aliento estaré al servicio de mis pobres muchachos”. Y en el lecho de muerte les dijo a los salesianos que lo asistían: “Díganles a mis queridos jóvenes que los espero a todos en el paraíso”.

Se había gastado por ellos, había escrito libros para ellos, había escrito biografías de ellos, soñaba de noche con ellos… Nunca se dejó distraer de la opción que había hecho. Cuando en el año centenario de su muerte se buscó un título para Don Bosco, el Papa Juan Pablo II lo nombró oficialmente “Padre y maestro de los jóvenes”.

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