Amar a los jóvenes quiere decir aceptarlos como son, gastar tiempo con ellos, manifestar deseo y placer en compartir sus gustos y sus temas, demostrar confianza en sus capacidades, y también tolerar lo que es pasajero y ocasional, perdonar silenciosamente lo que es involuntario, fruto de espontaneidad o inmadurez. Era éste el pensamiento de Don Bosco: “Todos los jóvenes tienen sus días peligrosos, y ¡los tienen también ustedes! ¡Ay de nosotros si no nos esmeramos en ayudarlos para pasarlos aprisa y sin reproches!”

Hay una palabra, no muy usada hoy, que los salesianos conservan celosamente porque sintetiza cuanto Don Bosco adquirió y consiguió sobre la relación educativa: cariño (amorevolezza). Su fuente es la caridad, como la presenta el Evangelio, por la cual el educador descubre el proyecto de Dios en la vida de cada joven y le ayuda a tomar conciencia de él y a realizarlo con el mismo amor liberador y magnánimo con que Dios lo ha concebido. Cariño es amor sentido y expresado.

El cariño engendra un afecto que se manifiesta a la medida del muchacho, particularmente del más pobre; es el acercarse con confianza, el dar primer paso y decir la primera palabra, la estima demostrada a través de gestos comprensibles, que favorecen la confianza, infunden seguridad interior, sugieren y sostienen la voluntad de comprometerse y el esfuerzo de superar las dificultades.

Va madurando así, no sin dificultad, una relación sobre la que conviene poner la atención cuando se plantea una traducción de las intuiciones de Don Bosco a nuestro contexto. Es una relación marcada por la amistad, que crece hasta la paternidad.
La amistad va aumentando con los gestos de familiaridad y se alimenta de ellos. A su vez, hace nacer la confianza. Y la confianza es todo en la educación, porque sólo en el momento en que el joven nos abre las puertas de su corazón y nos confía sus secretos es posible interactuar.

 

 

Vilma Cabranes
Sonreír cada mañana al comienzo de mis labores

tesguavilma Hace algunos años entré a la oficina del joven salesiano Saúl Dighero para comentarle ciertas actitudes de mis alumnos.  Me dio unos consejos. Su sonrisa tenía algo especial. Por la noche moriría en un accidente.  Desde entonces trato de compartir esa sonrisa con cada pequeño alumnos que encuentro triste o preocupado.

Mi corazón se  acelera cuando empieza cada año ante el reto de formar un nuevo grupo; y al final del mismo, sentir la satisfacción de ver cumplida esta misión bajo la protección de la santísima Virgen, Dios y Don Bosco.

El Sistema Preventivo lo aplico en todos los aspectos de la vida del niño: juego, aula, actividades culturales, horas de estudio… Es como el aire que respiramos.

Me satisface encontrar antiguos alumnos míos, ahora padres de familia, profesionales de éxito, o sacerdotes, que recuerdan con alegría su experiencia escolar conmigo.  Esa es la satisfacción más grande de mi vida.

Además, el Sistema Preventivo me ha ayudado a comunicarme con afecto y empatía con mis hijos y mi esposo. Nos ayuda a mantenernos unidos en amor, amistad y respeto mutuo. Hemos logrado crear un clima de confianza que nos permite expresar nuestros sentimientos. Predomina en nuestro hogar la oración y la devoción a María.

El trabajar por tantos años en el Colegio Don Bosco fue la oportunidad que cambió mi vida y que me permite sonreír cada mañana al comienzo de mis labores.

Vilma Elizabeth Cambranes
Maestra, casada, tres hijos y un nieto,
31 años de trabajar en el
Colegio Don Bosco, de Guatemala.

 

Compartir