Foto por: David Nisley El 26 de mayo de 1860, se presentó al Oratorio la policía con el decreto de hacer una inspección fiscal. Registraron de manera brusca y desabrida todas las dependencias.

Abrieron cofres, armarios, baúles y revisaron todos los papeles, todos los objetos, con una diligencia digna de mejor causa. Por fin, en el despacho de Don Bosco, encontraron una caja que estaba cerrada con llave.
–¿Qué hay aquí? –preguntaron apresuradamente.
–Cosas confidenciales, cosas secretas –confesó Don Bosco–. No quiero que nadie se entere.
–Qué confidencias ni qué secretos. Vamos, a abrir enseguida.
–De ninguna manera. Todo el mundo tiene derecho a guardar escondido algo que pueda honrarle o difamarle. Así que les ruego que pasen a otra cosa. Respeten los secretos de la familia.
–Qué secretos ni qué ocho cuartos. Vamos a abrir o rompemos esta caja.
–Puesto que amenazan por la fuerza, yo cedo y les complazco.

Se levantó Don Bosco y fue a abrir la cerradura. Volvió después a sentarse en el escritorio, dejándoles que la examinaran a su gusto. Los inquisidores, seguros de que habían dado con el cuerpo del delito, corrieron ansiosos a rodear la caja como si temieran que se les escapara. Abrieron los ojos y vieron un paquete de papeles. El abogado Túa, uno de los inquisidores, se acercó para examinarlos y alborotado gritó:
–¡Aquí está, aquí esta! Empezó a sacar una hoja y leyó en alta voz: Pan entregado a Don Bosco por el panadero Magra: debe 7,800 liras.

–¡Bah! Esto no interesa al fiscal–dijo el abogado, echándolo a un lado.
Siguió en su operación, sacó otra y leyó: Por cuero suministrado al taller de zapatería de Don Bosco: adeuda 2,150 liras.

–Pero, ¿qué papeles son estos?–preguntó a Don Bosco.

–Puesto que ha comenzado, siga su trabajo y lo sabrá.

Siguieron desdoblando y leyendo papeles y se les cayó la cara de vergüenza al darse cuenta de que aquellos papeles no eran más que las cuentas del aceite, del arroz, de la pasta y otros comestibles. ¡Facturas sin pagar!

–¿Por qué se burla de nosotros de este modo? –dijo el delegado a Don Bosco, después del chasco que se había llevado.

–No me burlo de nadie. No quería que descubrieran mis deudas, pero ustedes se han empeñado en verlo y saberlo todo. Paciencia. Si les parece, pueden pagarme algunas de estas facturas y harán una buena obra de caridad. Más aún, pondrán broche de oro si las presentan al Ministerio de Gobernación.

Aquellos señores se echaron a reír y pasaron a otra cosa.
Memorias Biográficas VI, 424-425

 

 

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