Pablo Albera Resultó totalmente natural para Pablo Álbera vestir la sotana clerical el 27 de octubre de 1861, y el siguiente año, el 14 de mayo de 1862, ser uno de los veintidós primeros salesianos.



“Aquella tarde - así narra Don Bonetti - después de mucho desearlo, se emitieron por primera vez formalmente los votos de pobreza, castidad y obediencia por parte de varios miembros de la Pía Sociedad recién constituida. Qué bello sería describir de qué modo tan humilde se cumplía ese acto memorable. Nos encontrábamos apretujados en un estrecho cuartito, en el que no teníamos sillas para sentarnos. La mayor parte de los miembros se hallaba en la flor de su juventud: algunos en bachillerato, otros en el primero o segundo año de filosofía, algunos en los primeros curso de teología y pocos en las órdenes clericales...

“Formábamos un grupo de 22, sin incluir a Don Bosco, que en medio de nosotros estaba arrodillado junto a una mesita sobre la cual estaba el Crucifijo y nuestros votos según el reglamento”.

Después Don Bosco, poniéndose de pie, nos dirigió algunas palabras para nuestra tranquilidad y para infundirnos más valor para el futuro: “Quién sabe si el Señor no quiera servirse de esta nuestra Sociedad para hacer mucho bien en la Iglesia. De aquí a veinticinco o treinta años, si el Señor continúa ayudándonos, como lo ha hecho hasta ahora, nuestra Sociedad esparcida por diversas partes del mundo podrá ascender al número de mil socios... Cuánto bien se hará”.

Pablo Albera tenía diecisiete años. Desde aquel momento la Congregación Salesiana sería toda su vida.

Muchos pensaban que la obra de Don Bosco quedaba completada. No tomaban en cuenta su formidable visión creativa. Fue al tímido y serio seminarista Álbera, al final de aquel año, Don Bosco le reveló el siguiente paso: “Pablito, nuestra iglesia de san Francisco de Sales es demasiado pequeña. No caben todos los jóvenes, o mejor dicho están apretados unos con otros. Por tanto, construiremos otra más bella, más grande, magnífica, y le pondremos por título: Iglesia de María Auxiliadora”.

La salud de Don Bosco despertaba siempre más preocupaciones, pero la “revolución salesiana” estaba apenas en sus comienzos.
En 1863 un primer grupo de salesianos, todos muy jóvenes, se desprendieron de Valdocco para fundar la casa de Mirabello Monferrato. Fue el primer paso de una expansión que continúa hoy, 157 años después.

En los cinco años en Mirabello, Pablo Álbera demostró capacidades prodigiosas. Enseñaba en el colegio, completó sus estudios teológicos y se graduó en letras en la Universidad de Turín. Fue ordenado sacerdote el año 1868 y don Bosco lo trasladó a Turín. Le delegó la aceptación de jóvenes en el Oratorio: tarea muy delicada, que exigía buen sentido y mucho corazón: cualidades que no le faltaban a Pablo Álbera. En los dos años que estuvo en este cargo, en el que aprendió a conocer tantas miserias humanas, también formó parte del Consejo de la nueva Sociedad.
«Será mi sucesor...»

Don Bosco tenía un olfato extraordinario con las personas. Era uno de sus tantos secretos. Sabía que, bajo la apariencia reservada y mansa de Pablo Álbera, se escondían un espíritu firme y una voluntad de hierro. Por eso, en octubre de 1871 lo envió a abrir un nuevo colegio en Génova, en el barrio de Marassi. El joven sacerdote tenía apenas 26 años, y la tarea habría puesto a temblar a cualquiera.

Don Álbera pensó llevar consigo un centenar de francos para atender los primeros gastos indispensables y le pidió permiso a Don Bosco. El buen padre lo miró sonriente y le pidió de vuelta el dinero. Le devolvió lo que necesitaba para el viaje del grupo, diciéndole: “Vete tranquilo. Para mañana pensará el Señor”.

Don Álbera comprendió perfectamente el mensaje de Don Bosco. Desde aquel momento, durante toda su vida se abandonó completamente a la Providencia. Como Don Bosco.

Muchas personas caritativas apoyaron de tal modo el nuevo colegio que, al año siguiente, pudo ser trasladado a una sede más amplia y cómoda en Sampierdarena con un desarrollo que impresiona todavía hoy. En ese lugar se instaló también la sede de otra obra fundada por Don Bosco para dar a la Iglesia muchos y buenos sacerdotes; se llamaba Obra de María Auxiliadora por las Vocaciones de adultos al estado eclesiástico.

Naturalmente, había dificultades, pero a quien las comentaba, Don Bosco respondía: Don Álbera no solo las ha superado, sino que superará muchas más, y será mi sucesor... No terminó la frase, pero, pasando una mano por la frente, quedó como absorto en una visión lejana, después continuó: Oh sí, Don Álbera nos será de gran ayuda.

Presente en la conversación estaba un joven veinteañero, que fue salesiano y sacerdote y llegó a ser el tercer sucesor de Don Bosco: Don Felipe Rinaldi. Don Bosco era como un árbol magnífico que extendía ramas poderosas. El futuro de la obra salesiana crecía en torno a él.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 250 Marzo Abril 2021

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