Simon Srugi Simón Srugi nació en Nazaret el 27 de junio de 1877, el último de diez hijos. Cuando tenía tan solo tres años perdió a sus dos padres en pocos meses y fue dejado al cuidado de su abuela.

 

En 1888 fue enviado al orfanato en Belén, bajo la dirección del Padre Belloni. Este sacerdote que era parecido a Don Bosco, se hizo salesiano en 1891 por consejo del Papa y dedicó su obra a la Congregación. Simón le tenía tanta estima que cuando tuvo 16 años le pidió ser Salesiano.

Fue enviado a la escuela-oratorio agrícola en Beit Gemàl, donde finalizó sus estudios e hizo su noviciado convirtiéndose en Hermano Salesiano. Era tan bondadoso y amable que los musulmanes locales decían de él: "después de Alá, vino Srugi".

1915. Italia entra en la primera guerra mundial contra Austria, Alemania y el Imperio Turco. Los salesianos italianos, ya que Palestina forma parte del Imperio Turco, son encarcelados el 23 de agosto. A los muchachos el gobierno los envía a un orfanatorio musulmán.

En 1917 los ingleses conquistan Palestina. Los salesianos pueden volver a su trabajo. Simón tiene cuarenta años. Comienza para él el período luminoso de la plena madurez. Se le confía totalmente el molino.

 

Estar en el molino quiere decir estar en el corazón de la zona. Cada día, de los 50 pueblos de los alrededores sube al molino una caravana de mulos y de camellos cargados de sacos de grano. En el patio, durante la espera o antes de partir, se arreglan los negocios, se comunican las noticias, estallan también discusiones imponentes. Srugi muele la harina de todos, se hace el encontradizo con todos, habla con todos, sonríe a todos. Durante las discusiones más acaloradas sale con las manos blancas de harina y se mete entre los contendientes con riesgo de ganarse una cuchillada. Devuelve la paz. A veces les riñe con palabras fuertes, pero no se lo toman a mal. "Es como el padre de todos", dicen. Y se fían.

La harina que pone en el saco es la ración justa que le corresponde a cada uno, ninguno lo discute. Dicen: "Después de Alá está Srugi". Simón ve en ellos a sus hermanos. Hasta de los más pendencieros, de los de manos largas y de los ladrones dice: "También ellos son hijos de Dios". Poco a poco le van cambiando el nombre y le van llamando Muálem, es decir, maestro. Sus consejos son el resumen del Evangelio. Casi siempre comienza así: "Jesús dice...", "María santísima te diría...". Se llega a tal punto que los nombres de Jesús y de María resultan familiares en boca de aquellos musulmanes.

Muchas de aquellas personas acurrucadas al sol en espera de su turno para el molino tenían sacudidas de escalofríos de la malaria, sufrían por llagas abiertas y no curadas. Muálem Srugi, enfermero en la casa salesiana, comenzó a ser el enfermero de todos. Inyecciones, pomadas, medicinas extraídas de las hierbas. Y así, al lado de la caravana de los mulos que llevaban los sacos de grano al molino, comenzó a subir otra caravana, más lenta, más silenciosa. Hombres y mujeres, niños y ancianos, vestidos de todas las formas, con el rostro contraído por el sufrimiento. Llegaron a ser 100 y 120 al día. Muállem se convierte en Haqim, el medico.

En aquellos años los salesianos no tenían muchas medicinas. Haqim Srugi ponía a disposición lo poco que había: alcohol para desinfectar, vendas, medicinas obtenidas de plantas y hierbas. Quien podía, le daba una moneda, quien no podía susurraba "¡iViva Jesús!", su saludo preferido. Frecuentemente las madres le llevaban a sus niños, que estaban sanos. Pero querían que él les pusiera su mano sobre la cabecita y dijese una oración. Y se marchaban contentas. Los salesianos construyeron un dispensario. Pero con frecuencia aquella gente tenía más necesidad de comida que de curas. Haqim Srugi distribuía el pan oloroso del horno a los "enfermos de hambre". A los niños les llevaba dulces y la fruta a la que los salesianos renunciaban.

El director lo encontraba frecuentemente a altas horas de la noche en el dispensario preparando las medicinas con las hierbas, y también atendiendo a aquellos pobrecitos que no podían volver a casa durante varios días. Un día le llevaron un enfermo tan grave que sólo en el hospital le podían curar. Pero el hospital estaba lejos, administrado por extranjeros, y aquella pobre gente tenía miedo, y no quería saber nada. Entonces Simón le aplicó alguna medicina que sabía que era insuficiente, y murmuró: "Rueguen a Sitti Mariam. Si ella quiere, Dios lo curará". Algunos días más tarde volvieron a darle las gracias, con el enfermo curado perfectamente. Y él les dijo: "Den gracias a Sitti Mariam, la Virgen María. Es ella la que obtiene de Dios lo que quiere".

Mientras Haqim Srugi trabajaba y servía en aquel rincón olvidado de Palestina, la historia iba adelante, con lo bueno y con lo malo que traía. Desde 1897 se había constituido el "movimiento sionista", que pretendía hacer de Palestina la "patria judía" para los judíos de todo el mundo. La inmigración judía desde todas las naciones comenzó lentamente. En 1936 los árabes se rebelaron contra la administración inglesa, e iniciaron una guerrilla contra las instalaciones judías. Inglaterra intervino militarmente, e intentó imponer la partición de Palestina en dos estados.

En 1938 también la casa salesiana de Beit Gemál quedó implicada en la guerrilla. Los guerrilleros palestinos, sospechando que el director salesiano mantenía contactos telefónicos con los ingleses, lo secuestraron y lo mataron. Srugi vio llegar al dispensario a unos jóvenes armados y violentos que llevaban a uno de ellos herido por arma de fuego. Gritaban a Srugi que lo curase enseguida, intervino una religiosa para reprochárselo, en la discusión le echaron por tierra. Se levantó con calma diciendo: "Hermana, Jesús dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Así debemos comportarnos también nosotros". Y atendió al herido.

En 1939 el mundo se vio envuelto en la segunda guerra mundial. El 10 de junio de 1940 también Italia entró en guerra contra Francia e Inglaterra. Los salesianos italianos fueron arrestados, y gran parte del trabajo cayó sobre las espaldas cansadas de Simon Srugi. Tenía ya sesenta y tres años, y un año antes le había atacado la malaria y había tenido una doble pulmonía.

El progreso había avanzado. En los pueblos de los alrededores ya había médicos, farmacias, hospitales. Pero la gente acudía aún a Haqim Srugi, porque "sus manos tenían el poder y la ternura de Alá".

En octubre de 1943, la tos y el asma lo clavaron en su habitación. Después de una crisis dijo: "Es terrible cuando falta la respiración. Pero si el Señor lo quiere, está bien". Murió solo, en el silencio de su habitación, durante la noche del 26 al 27 de noviembre. Los campesinos musulmanes, sucios, pendencieros, acudieron con lagrimas en los ojos, con sus niños en brazos, para que viesen por última vez a Haqim Srugi.

Ellos lo Ilevaron al cementerio. Musitaban: "Detrás de Alá estaba Srugi. Era un mar de caridad"

Todos sentían que Srugi tenía comunicación seria con Dios. Se nutría de la Eucaristía y del Evangelio. Pasaba su tiempo libre frente al Santísimo Sacramento. En 1908, cuando Don Rua visitó la casa de Beit Gemàl, dijo: "Síganlo, registren sus palabras y sus obras, porque estamos tratando con un santo". Murió por su trabajo y de malaria el 27 de noviembre de 1943, a la edad de 66 años.

Su funeral fue una verdadera apoteosis. Su humilde cuerpo descansa en Beit Gemàl, cerca de la tumba gloriosa de San Esteban. El 2 de abril de 1993 fue declarado Venerable.

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