RM2 Amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano y sobre todo amigos de Don Bosco y de su carisma.

Les saludo al final de este año 2020 que todos vivimos y recordaremos como un año duro, doloroso en muchos sentidos, un año que nos ha cambiado, sin pretenderlo, nuestros hábitos de vida y costumbres, o al menos los ritmos personales, familiares y de comunidad.

Y pensando en todo lo que significa un año, he pensado en algo que llevo muy en el corazón: no sé si por educación o por mi propia naturaleza, tengo grabado en mi ser la necesidad permanente de agradecer y de ser agradecido ante tanto que recibo en la vida y que no tiene nada de mérito personal. Ignoro si otras personas lo sienten así. Quizá otras personas consideren que todo le es merecido, incluso la vida, pero no es mi caso.

Y yo deseo aprovechar este número del Boletín Salesiano, que deseo sea replicado en los Boletines Salesianos de todo el mundo, para agradecer en nombre de Don Bosco a los miles y miles de personas que son bienhechores, que ayudan a las obras salesianas del mundo.
Me ha llamado la atención hace unos días algo que yo considero muy sencillo. Se trata de que, después de seis meses, consideré que debía grabar un video mensaje que pudiera ser difundido por las redes para agradecer la generosidad de tantas personas que han respondido según sus posibilidades a la ayuda en favor de los más golpeados por el Covid-19.

Lo hice con sencillez y verdad. Y me llegaron decenas de mensajes que me agradecían la transparencia, el explicar lo que se había hecho con esas ayudas y el monto total de lo recibido. Y entiendo que no puede ni debe ser de otro modo.

Don Bosco se pasó la vida pidiendo ayuda a cientos y cientos de personas. No pedía para él, pero pedía para sus muchachos. Y al mismo tiempo creía fuertemente en la Divina Providencia, y por eso mismo se movía incansablemente llamando de puerta en puerta.

Pedía ayuda económica y ayuda de personas para sacar adelante la tarea. No dudó en pedirla a todo aquel que pudiera contribuir a dedicar algo de su tiempo o de sus bienes en favor de la juventud necesitada. Se hacía ayudar de laicos, mujeres y hombres, y de sacerdotes, amigos de Don Bosco, que colaboraban con él de múltiples formas.

Tuvo ante todo la ayuda especial de su querida madre, mamá Margarita, de quien me gusta decir, creo que con valor histórico, que juntos fundaron el Oratorio, puesto que al genio creativo y apostólico de Don Bosco se le sumó la delicadeza materna de su madre que daba calor femenino a esa casa. Acompañó y animó a su hijo en los difíciles comienzos del Oratorio y del trabajo con los chicos que llamaban a la puerta de su casa. Junto a Margarita estuvo la madre de Miguel Rúa, uno de los primeros salesianos a partir de aquel 18 de diciembre de 1859 y su primer sucesor; también la madre del arzobispo Gastaldi, y el padre de Domingo Savio. Este grupo de personas, que conocía y quería bien a Don Bosco, fueron dando a su obra un matiz totalmente distinto al que existía en otras instituciones de la época. Fueron dando a todo el ambiente educativo la impronta de un “clima de familia”.

En su capacidad de pedir ayuda Don Bosco supo contar desde los primeros momentos con sacerdotes que ofrecían algo de su tiempo a la Obra de los Oratorios que estaba surgiendo con Don Bosco, sacerdotes y amigos, e incluso maestro espiritual como don Cafasso, y también el Teólogo Borel y don Murialdo. También otro grupo de Bienhechores y simpatizantes ayudaban con su aportación económica a las obras iniciadas por Don Bosco en Turín, en varios lugares de Italia, en Francia y España, así como en las misiones de América.

Los tiempos han cambiado, pero las situaciones que hoy se viven en el mundo, en la Iglesia y en las presencias salesianas tienen mucho de similar a los tiempos de don Bosco. Cuando he visitado las obras más pobres y con los muchachos más pobres de América Latina, de África, de India y de algunas naciones de Oceanía, me parecía ver situaciones no mejores que las que don Bosco tenía en Valdocco.

Esto no me desanima en absoluto sino que renueva en mí la convicción de que en cada tiempo el Espíritu de Dios suscita millones y millones de personas con un corazón que desea hacer cada vez más humano este mundo. Sin duda que entre ellas están ustedes y estoy yo.

Gracias por este esfuerzo. Gracias por creer que merece la pena. Gracias por no dejarse envolver por la ‘acidez’ de personas que siempre dudan de todo y de todos, y gracias por creer que podemos vivir con esperanza. Así lo propongo yo a nuestra Familia Salesiana para el nuevo año: en este tiempo difícil del Covid 19 nos mueve la esperanza.

Les deseo todo bien.

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