María, discípula misionera “Ella lo ha hecho todo”, decía Don Bosco. Estoy convencido de que la Virgen continúa haciéndolo todo. Ella nos dona a Jesús y, con su presencia, cercanía y ayuda, nos impulsa a vivir siempre con profunda fe.

Me acuerdo de una vieja historia sobre un maestro que, inclinándose desde su ventana que da a la plaza del mercado, vio a uno de sus estudiantes, un tal Haikel, que caminaba con prisa, muy afanado. Lo llamó y lo invitó a venir donde él estaba.
- Haikel, ¿has visto hoy el cielo?
- No, maestro.
- ¿Y el camino, Haikel? ¿Has visto hoy el camino?
- Sí, maestro.
- ¿Y ahora, lo ves todavía?
- Sí, maestro, lo veo.
- Dime, ¿qué ves?
- Personas, caballos, carros, comerciantes que se mueven, agricultores que toman el sol, hombres y mujeres que van y vienen. Eso es lo que veo.
- Haikel, Haikel – amonestó benignamente el maestro –, en cincuenta años, dentro de dos veces cincuenta años habrá todavía un camino como este y otro mercado similar a este. Otros carros traerán otros comerciantes para comprar y vender otros caballos.
Pero yo no voy a estar, tú tampoco estarás. Entonces, yo te pregunto, Haikel, ¿por qué tanta prisa si ni siquiera tienes tiempo para mirar al cielo?

Aquí está el don de María: una invitación a mirar el cielo. No podemos olvidar la primera línea escrita por Don Bosco en El Joven Instruido: «Observen, queridos hijos míos, todo cuanto existe en el cielo y en la tierra».

Las fiestas de María, como sus manifestaciones en muchas partes del mundo, son una orientación para la vida y una ardiente invitación a no olvidar el cielo.
La “discípula misionera”

Poco tiempo hace que me encontraba en México. El 11 de mayo tuve el privilegio de presidir la peregrinación anual de la Familia Salesiana mexicana y la solemne Eucaristía en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Y una vez más pude ver, sentir y tocar la fe del pueblo de Dios y el amor a María, madre de Jesús y madre nuestra.

Pero por la noche nos esperaba un regalo aún más especial: la oportunidad de visitar la pequeña sala que alberga la imagen de la Virgen para poder contemplarla de cerca e incluso “tocarla”. Ahí se encuentra esta tela de fibra vegetal proveniente del agave, llamada tilma, una especie de mantel utilizado por los sencillos nativos de esa zona en 1500.

Desde 1531 el icono de la Madre del Dios vivo se ha impreso milagrosamente de una forma sorprendente en un tejido que normalmente no dura más de veinte años, aunque esté bien cuidado. El de la Guadalupe tiene más de quinientos años.

Este “evento guadalupano”, como se define, es una serie de signos (tales como la preservación de la tela, los colores, etc, pero también la fe y la devoción de la gente), que ponen en evidencia la estrecha relación, la presencia, la ternura, la maternidad y el auxilio de María, la madre de Jesús, con el pueblo de Dios y que se extiende a todos los pueblos y culturas del mundo. Tanto en el Tepeyac, la colina donde ella se le apareció al indio san Juan Diego, como en cada rincón de la tierra donde ella ha querido estar presente en diferentes formas, especialmente en la fe de sus hijos e hijas, su presencia, cercanía y ayuda se sienten y empujan a todos a vivir con una fe profunda.

María, en el evento guadalupano desde hace quinientos años hasta la actualidad, ha querido mostrarse como madre que lleva en su vientre “el verdadero y único Dios, aquel que es el autor de la Vida”. Ella, humilde sierva, se presenta siempre en referencia a él, su Hijo, el Hijo de Dios. Y entonces quiere no solo “mostrarse” a sí misma, sino anunciarlo a él, “mostrarlo” a él.

Es así como ella se manifiesta discípula misionera que lleva a Jesús a la gente, a nosotros hoy aquí y a cada hijo e hija hasta los confines de la tierra.

Desde la cúpula de la Basílica
María de Guadalupe es “nuestra” Auxiliadora que se acerca a cada hombre y mujer y con su ayuda “muestra” a Jesús. En el cerro del Tepeyac llevaba a Jesús en su vientre, no por sí misma, sino para darlo a conocer. En Valdocco, en el magnífico cuadro pintado por Lorenzone de acuerdo a las inspiraciones de Don Bosco, ella trae al bebé en brazos dándolo, mostrándolo, haciéndolo visible.

Una semana más tarde, tuve la oportunidad de celebrar la fiesta de María Auxiliadora en Valdocco, junto a miles de fieles de todas partes de Italia y del mundo. Sentí la misma emoción que en Guadalupe, con una tonalidad enteramente salesiana, porque ella, la madre, viene proclamada con el nombre tan querido por Don Bosco. En esos patios en los que vivieron, jugaron y caminaron a la santidad Domingo Savio, Miguel Rua, Felipe Rinaldi, Don Bosco, los innumerables jóvenes del Oratorio y los primeros salesianos.

Desde el Tepeyac, desde la cúpula de la basílica, desde las numerosas iglesias dedicadas a ella por los salesianos en el mundo, María protege a todos los jóvenes y los salesianos para que ninguno se pierda en el camino al cielo, donde Don Bosco nos espera a todos.

 

Compartir