Rector mayor 11024px Siento aún el corazón lleno de gozo por la simpatía de los jóvenes, por su alegría genuina y su extraordinaria capacidad para adaptarse a cualquier situación, agradable o desagradable, con la sonrisa en los labios.

Me he convencido una vez más de que nuestros jóvenes, los jóvenes del mundo, estos jóvenes, son verdaderamente sabios y apasionados y que tienen mucho que ofrecernos y enseñarnos.

Mis queridos amigos y amigas, lectores del Boletín Salesiano. Luego de vivir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Cracovia, en este mensaje me siento casi obligado a hablar en manera entusiasta de los jóvenes.

Ha sido un encuentro de muchachas y muchachos provenientes de muchísimos países del mundo y que ha provocado un eco planetario. Seguramente esto se debe al halo de simpatía y de interés que circunda al papa Francisco. Pero en este caso la resonancia especial nace de los 600 mil jóvenes que estuvieron presentes en todos los momentos (catequesis y celebraciones) de la JMJ. Y los que participaron en la misa dominical eran más de dos millones de personas.

La jornada más preciosa para mí, y para tantos de nosotros educadores y amigos de los jóvenes, fue el encuentro del día anterior con casi seis mil muchachos provenientes de las casas salesianas de 52 países. Y hubieran sido más, pero otros muchos no pudieron obtener los permisos y visados necesarios para el viaje o tuvieron dificultades que impidieron que este bello sueño se hiciera realidad.

Reunirnos con los jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano (MJS) del mundo fue un regalo lleno de afecto y de íntima satisfacción para cada corazón salesiano. Pudimos dialogar y reflexionar, celebrar la eucaristía, compartir los alimentos como familia, un poco numerosa pero verdadera familia, y pasar una velada “oratoriana” de acuerdo al estilo de las de Valdocco, con Don Bosco, o de Mornese, con Madre Mazzarello.

Al final concluimos con la oración común y el magnífico augurio de las “Buenas noches” salesianas.

Los siguientes días fueron una primavera, un fiesta florida y de vitalidad juvenil. En medio de las estrictas medidas de seguridad en la ciudad de Cracovia, se dirigieron en todas las direcciones ríos de jóvenes de todos los colores, razas, banderas y lenguas que, en modo casi milagroso, lograban hacerse oír y entender, todos movidos por una motivación única y extraordinaria.

A mi parecer, la mayor parte tenía una grande, importante y fuerte motivación de fe. Querían vivirla y expresar su condición de jóvenes creyentes cristianos junto a otros jóvenes del mundo, acompañados por muchos educadores, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos, que sumaban unos 850. Y para dar unidad y sentido a este llamado, la figura, el mensaje, la oración compartida y la fe celebrada junto con el papa Francisco.

Entre las tantas cosas que podría subrayar, les comparto la más significativa para mí, la que marca estos días en mi memoria y es una convicción: La firme decisión de que debemos seguir creyendo cada vez más en los jóvenes.

Quedé muy impresionado por el silencio en los momentos de oración y de la actitud auténticamente orante de aquel mar de jóvenes. Fue sintomático y sorprendente el hecho de que en todos aquellos días, bajo un sol abrasador o bajo la lluvia, también abundante, no escuché una protesta, una reacción de lamento o un gesto desagradable. Fue un testimonio de fraternidad y convivencia en la diversidad. Una lección vital de educación a la paz universal.

Siento aún el corazón lleno de gozo por la simpatía de los jóvenes, por su alegría genuina y su extraordinaria capacidad para adaptarse a cualquier situación, agradable o desagradable, con una sonrisa en los labios. Me he convencido una vez más que nuestros jóvenes, los jóvenes del mundo, estos jóvenes, son verdaderamente sabios y apasionados y que tienen mucho que ofrecernos y enseñarnos.

Y es por esto que continúa resonando en mi corazón el eco vivo de la maravillosa confianza que Don Bosco tenía en los jóvenes. La experimentaba con los muchachos de Valdocco y estaría fascinado con la de los de hoy, en cualquier continente. Siento más fuerte que nunca la firme convicción de Don Bosco, que nos recuerda que en cada muchacho y muchacha existen semillas preciosas de bondad. Todos son dignos de nuestra dedicación y de nuestra total donación. Estoy aún más convencido de lo que habitualmente digo a los jóvenes de todo el mundo salesiano cuando me encuentro con ellos: que no renuncien a sus sueños. Sean protagonistas y realizadores de sus sueños y de su vida. Tengan confianza en sí mismos y en Dios, como nosotros la tenemos en ellos, que sientan que los amamos y que los queremos felices aquí y en la eternidad, como decía Don Bosco.

A nombre de toda la Familia Salesiana del mundo y de los adultos de este mundo nuestro herido y sangrante: Gracias por existir, queridos jóvenes. Tenemos confianza en ustedes, creemos en ustedes. Tenemos necesidad de ustedes. El mundo les necesita. Dios, que soñó un mundo siempre más bello plasmado por la acción del hombre, tiene necesidad de ustedes.

Con afecto
Suyo, Don Ángel, Rector Mayor

 

 

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