rectormayor1 Ya desde muchacho Juan Bosco poseía el don de la comunicación eficaz. Un don personal: el encanto de la palabra, el arte de la narración heredada de una rica tradición oral arcaica, puesta al servicio de la misión en función educadora y pastoral.

Al narrar su experiencia de muchacho rodeado por sus compañeros, escribe: “Lo que los reunía en torno a mí, y les encantaba hasta la locura, eran las narraciones que les presentaba. Los ejemplos escuchados en los sermones y en las catequesis, la lectura de los Reales de Francia, del Guerrin Mesquino, de Bertoldo y Bertoldino me ofrecían mucho material. En cuanto mis compañeros me veían, corrían en bandada para oír contar algo por quien a duras penas comenzaba a entender algo de lo que leía. A ellos se añadían varios adultos. A veces, al ir y volver de Castelnuovo, en un campo o en un prado, yo estaba rodeado por centenares de personas que llegaban a escuchar a un pobre muchacho quien, excluyendo algo de memoria, era ayuno de ciencia, pero lucía para ellos como un  gran doctor”.

Al comienzo de su sacerdocio, es abrumado por  peticiones: “Me invitan a ir a este y a aquel pueblo para predicar triduos, novenas o ejercicios, pero no me atrevo a moverme de aquí, porque no sé a quien dejar mi casa. ¡El bien que podríamos hacer!”, escribía al P. Alasonatti en los primeros tiempos del Oratorio.

Por tratar con niños y jóvenes, Don Bosco era un magnífico narrador. Su pedagogía es narrativa, su espiritualidad es narrativa, la formación de sus colaboradores es narrativa, la comunicación pública de sus proyectos y de sus obras es narrativa. Objeto de la narración era la vida cristiana real, la Palabra de Dios y el ejemplo concreto de los santos, los actos de virtud de las personas y sus buenas acciones.
Una estrategia genial

Su acción pastoral consistía sobre todo en narrar las maravillas obradas por el Señor. Don Bosco narraba la Biblia como “historia” sagrada, historia de la acción salvadora de Dios y de sus maravillas entre los hombres, historia de las fidelidades e infidelidades de sus hijos. Para él la Palabra de Dios no era simplemente un libro, sino la palabra que debía ser anunciada, orientada hacia oyentes concretos, aplicada a lo vivido, “guía al camino del cielo”.

Don Bosco escribió mucho; no para los sabios, sino para los muchachos y el pueblo, para los miembros de la Familia Salesiana. Escribió como pastor y educador cristiano. Quiso tocar los corazones y las mentes para formar e informar, para sensibilizar y convocar. Quiso convertir, alentar en el  bien, abrir horizontes de sentido a los jóvenes, despertar vocaciones y colaboración. Fue un difusor de ideas en función de la vivencia cristiana y de la regeneración social, de la promoción cultural y espiritual del joven, con la prensa y la palabra, desde las charlas a jóvenes y salesianos, a  las “buenas noches”, a las conferencias de san Francisco de Sales, a las predicaciones de caridad en las iglesias de Italia, de Francia y de España. Sus escritos impresos están recogidos en  una edición de 38 tomos. Fue un hábil comunicador educativo, un eficaz predicador y conferenciante.

También fue hábil en la organización  y en las estrategias de la comunicación. En un contexto histórico de desarrollo exponencial de las publicaciones populares y la difusión de ideas y modelos de vida alternativos a los cristianos, Don Bosco comprendió la importancia de la comunicación y de la movilización de opinión. No se limitó a ser escritor de libros para la formación de los jóvenes: se volvió editor (comienza con la afortunada serie Lecturas Católicas), fundador de tipografías y editoriales. Estimula y anima a Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, Cooperadores y amigos para que se vuelvan escritores, autores de libros escolares, periodistas, comediógrafos y compositores musicales. Hubo un tiempo en que los salesianos se volvieron especialistas de la comunicación, perfectamente preparados culturalmente, tan capaces en su sector como cualquier profesional. Hicieron escuela en el mundo católico con sus editoriales. Siguiendo sus huellas, surgieron otras congregaciones entregadas a la buena prensa. El Boletín Salesiano ha sido el modelo de centenares de publicaciones similares.
¿Cuánto queda hoy de este inmenso e inteligente empeño? Se corre el riesgo de perder una pasión, una competencia, una práctica y una cultura. Una  tradición que hay que recobrar y revitalizar; unas competencias que reconstruir a través de recorridos de formación adecuados y elecciones más acertadas, a través de la valoración de laicos y antiguos alumnos profesionales.

A los salesianos para la difusión de los buenos libros
Deseoso de verlos crecer cada día más en celo y merecimientos delante de Dios, no dejaré de sugerirles de vez en cuando los varios medios que creo mejores para que resulte siempre más provechoso su ministerio. Entre estos el que quiero recomendarles calurosamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas es la difusión de los buenos libros.

Los libros buenos, difundidos entre el pueblo, son medios aptos para conservar el reino del Salvador en muchas almas. Añadan que el libro, si por un lado no tiene esa fuerza intrínseca de la que está provista la palabra viva, por otro ofrece ventajas en ciertas circunstancias también mayores. El buen libro entra hasta en las casas donde no puede entrar el sacerdote, es tolerado también por los malos como memoria y como regalo. Presentándose, no enrojece; descuidado, no se inquieta; leído, enseña verdades con calma; despreciado, no se queja y deja el remordimiento que a veces enciende el deseo de conocer la verdad: él está siempre dispuesto a enseñarla.

¡Cuántas almas fueron salvadas por los libros buenos, cuántas preservadas del error, cuántas animadas en el bien! Quien regala un libro bueno, aunque no tuviera más mérito que despertar un pensamiento sobre Dios, ya ha adquirido un mérito incomparable ante Dios. Y se consigue aún mucho más. Un libro en una familia, si no es leído por la persona a quien ha sido destinado o regalado, es leído por el hijo o la hija, por el amigo o el vecino. Un libro en un pueblo pasa a veces por las manos de cien personas. Solo Dio sabe el bien que produce un libro - regalado como prenda de amistad - en una ciudad, en una biblioteca circulante, en una sociedad de obreros, en un hospital.

Les  ruego y suplico, por tanto, que no descuiden esta parte importantísima de nuestra misión.

SAN JUAN BOSCO

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