basilicademariauxilaidora

Una tibia noche de mayo de 1862, a los jóvenes del Oratorio que lo escuchaban con atención Don Bosco les narró: Imagínense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, sobre el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases, de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.

A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras, para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.

En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilio de los cristianos.

Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salvación de los creyentes.

El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que cuelga de la proa a una ancla que cuelga de la columna de la Hostia, y con otra cadena que cuelga de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra ancla colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.

Entonces se produce una  gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente.

Un nombre nuevo y antiguo
Don Pablo Álbera atestigua que, cabalmente una noche de diciembre de ese año, Don Bosco, tras haber confesado hasta las 11, bajó a cenar pensativo. De repente le dijo: “He confesado tanto que, la verdad, casi no sé lo que he dicho o hecho. Tanto me preocupaba una idea que me distraía y me sacaba de quicio. Yo pensaba: nuestra iglesia es demasiado pequeña, no caben en ella todos los muchachos y están apiñados uno sobre otro. Por consiguiente, haremos otra más bonita y más amplia, que sea magnífica. Le daremos el título de Iglesia de María Auxiliadora. No tengo un céntimo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero no importa. Si Dios la quiere, se hará”. El proyecto fue manifestado también a Don Cagliero: “Hasta el presente hemos celebrado con solemnidad y pompa las fiestas de la Inmaculada. Pero la Virgen quiere que la honremos con el título de María Auxiliadora: corren unos tiempos tan tristes que ciertamente necesitamos que la Santísima Virgen nos auxilie para conservar y defender la fe cristiana”.

En los primeros meses de 1863 comenzó los trámites para obtener los permisos; en 1865 colocó la piedra angular y en 1868 la obra estaba concluida.

El icono que habla
En la elección de Don Bosco no hay solo razones de orden práctico (contar con una iglesia más amplia) o político-religioso (la oleada de feroz anticlericalismo que amenazaba a la Iglesia).

El icono de María en el cuadro de Lorenzone que domina el altar mayor expresa perfectamente el sentir íntimo de Don Bosco. Su concepto de la historia de la salvación lo llevaba a colocar la Iglesia en el corazón del mundo, y en el corazón de la Iglesia él contemplaba a María Auxiliadora, la Madre todopoderosa, la vencedora del mal.

La Virgen ha estado siempre presente en la vida de Don Bosco. En el sueño de los nueve años Jesús se presenta así: “Yo soy el Hijo de Aquella que tu madre te enseñó a saludar tres veces al día”.

Pero la predilección determinante para su culto tiene un punto de referencia exacto: el santuario de Valdocco: “Y ésta – escribe E. Viganó – será siempre la elección mariana definitiva: el punto de llegada de un crecimiento vocacional ininterrumpido, el centro de expansión de su carisma de fundador. En la Auxiliadora Don Bosco reconoce trazado finalmente el rostro de la Señora que ha dado inicio a su vocación, de la cual ha sido y será siempre la inspiradora y la maestra”.

María se ha construido su casa
El santuario  de Valdocco se vuelve signo palpable y real de la presencia de María en la vida de Don Bosco y de la Congregación. Es ésta la “iglesia madre” de la Familia Salesiana.
El sentir popular descubre inmediatamente el maravilloso vínculo entre María Auxiliadora y Don Bosco: María Auxiliadora ya es definitivamente “la Virgen de Don Bosco”  y Don Bosco es “el santo de la Auxiliadora”.  Rara vez ha sucedido que un título mariano, prácticamente desconocido, se difundiera con una rapidez semejante en el mundo entero.

Humildemente Don Bosco decía: “Yo no soy el autor de las grandes cosas que ustedes ven; es el Señor, es María Santísima, que se han dignado servirse de un pobre sacerdote. Yo nada he puesto de mi parte: María se ha construido su propia casa, cada piedra, cada adorno es signo de una gracia”.

El santuario de Valdocco es la iglesia que los salesianos de todo el mundo contemplan más con el corazón que con los ojos. Y es allí donde todos ellos se encuentran “en casa”.

Compartir