29008401154 9bde73f129 o Gjilan 11/09/2016.- Ha pasado más de una semana desde que vivimos la canonización de la Madre Teresa y aún no termino de recoger cuántas bendiciones, cuántas experiencias y cuántas alegrías compartimos como iglesia. Más que un “evento”, fue un verdadero encuentro espiritual en el corazón de cada uno.

La celebración inició con la vigilia el viernes en la iglesia de san Juan de Letrán. La propuesta era sencilla: meditar distintos pasajes de la vida de la Madre Teresa, con el rosario en mano, ante Jesús sacramentado. La experiencia fue de impresionante profundidad. Muchos aprovechamos para confesarnos en un clima de oración en silencio. Todo invitaba a preparar el corazón y el alma a la celebración del domingo.

En particular, en la vigilia me impresionó mucho la importancia y la vitalidad con que la Madre Teresa vivía la adoración y la eucaristía. Tuve la dicha de sentarme en el suelo, a la par de varias Misioneras de la Caridad. La impresión que me causó ver su recogimiento, su evidente devoción me hicieron pensar y evaluar con cuánto respeto, con cuánto amor me acerco a Jesús en la eucaristía.

La reflexión propuesta (que tuvo varios pasajes leídos en español) insistía mucho sobre los gestos concretos del amor, sobre todo en la familia. La atención a quien está a mi lado como atención al mismo Jesús, acercarse a quien sufre como quien se acerca al sagrario, son pensamientos que cuestionan profundamente. Pienso que el reto es precisamente hacer “concreto y visible” nuestro amor a Dios y al prójimo.

El sábado fue la fiesta de los operadores de la misericordia (voluntarios). Durante la catequesis extraordinaria el Papa declaró a la ahora santa Teresa como el mejor ejemplo a inspirarse todos los voluntarios, llamados a ser “artesanos de la misericordia”: “con sus manos, con sus ojos, con sus oídos atentos, con su cercanía, con sus caricias… Ustedes son la mano tendida de Cristo”.

El domingo, la felicidad por la celebración se vivía desde las seis de la mañana, con tanta gente abarrotando las entradas a la plaza de San Pedro. Logramos entrar poco después de las ocho y ubicarnos en una zona bastante cercana. Al lado mío estaba una pareja de esposos de la India, residentes en Australia, con quienes nos preparamos en oración hasta la hora de la misa. Rezamos laudes, el rosario y cada uno compartió sus intenciones para orar juntos.

La Eucaristía fue de muy sentida solemnidad. A pesar del sol, del posible cansancio o la incomprensión del latín, se veía a la gente atenta a cada uno de los pasos y discursos. El gozo se evidenciaba en momentos concretos, como el aplauso ensordecedor luego de ser proclamada santa nuestra Madre Teresa, que hizo vibrar el alma. Era la iglesia que con júbilo agradecía al Señor la bondad y la santidad regalada a los más pequeños, a quienes pertenece.

Personalmente esta celebración tuvo un sentido profundo de gratitud y de vocación a la santidad. Desde que envié la carta para disponerme a las misiones, he dedicado parte de mi tiempo a conocer la vida y la espiritualidad de la Madre Teresa. Sentía que me estaba siguiendo.

La lectura de sus reflexiones y algunas de sus cartas me impresionaron al punto de encomendar a ella mi vocación misionera. Se imaginarán mi alegría al saberme enviado a su pueblo natal: Albania y Kosovo. Aquí he tenido la dicha de conocer las iglesias que visitó de pequeña, la casa natal de su madre y distintos sacerdotes y religiosas que cuentan cuanto compartieron al conocerla.
En fin, fue una fiesta que viví desde el corazón con gran agradecimiento, como lo hizo tanta gente. Y fue una fiesta que viví con ustedes. A la santa le saqué la lista de intenciones, de nombres y de vocaciones. No les miento al decir que estos días especialmente he dedicado mucho tiempo a orar por ustedes.

Muchos tendrán tanto que decir o comentar sobre la Madre Teresa. Muchos no están de acuerdo con su santidad. De hecho, aquí ha sido grande la discusión en el periódico, entre la gente. Yo quiero testimoniar que conocer la vida de la santa Madre Teresa me ha invitado a vivir mi vocación en profunda oración, en concreta caridad y ternura. Y creo que eso es algo “indiscutible”.

Que ella nos enseñe a ser de Dios y a vivir enteramente para los demás.

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