Rector-mayor1 María es nuestra Madre porque al cuidar de nosotros nos enseña desde lo profundo de nuestra alma a cuidar de nosotros mismos y de los unos a los otros, a cuidar la vida, la creación, el crecimiento de nuestros hermanos y hermanas, de la vida de aquellos que están en mayor riesgo de perderla y perderse

El sueño que Don Bosco tuvo en Barcelona la noche del 9 al 10 de abril de 1886 y que luego narró con la voz rota por los sollozos es de verdad inolvidable. Lo es para la inmensa cantidad de jóvenes que, corriendo a su alrededor, le decían: «Te esperábamos, te hemos esperado por tanto tiempo, pero finalmente estás aquí: ¡Estás entre nosotros!» Lo es sobre todo para la figura de la Pastora que dice a Don Bosco: «¿Te acuerdas del sueño que tuviste a los nueve años?».

 

 

Rector-Mayor-3 María, la Madre de Jesús, es una presencia fuerte y significativa, al punto de ser ella tantas veces la Buena Pastora que lleva a sus hijos a Jesús.

 

Nosotros, como miembros de la Familia de Don Bosco, no podemos pensarnos sin ella, porque “ella lo ha hecho todo” ¡y sigue haciéndolo! Aquí me surge la pregunta: ¿Quién es María para ustedes? ¿Quién es para ti? ¿Quién es para mí? 

 

Mis muy queridos, los invito a contemplar a María con los ojos de la inteligencia y del corazón y a contemplarla como Mujer, Mamá, Maestra y Auxilio.

 

Ella es primero que nada Mujer. En el cuarto evangelio Jesús mismo la llama así dos veces, en dos ocasiones “centrales”: durante el primer signo que él realiza, en las bodas de Caná, (cfr. Jn 2,1-12) signo gracias al cual «...sus discípulos creyeron en él», y en el momento de la cruz, cuando María y el discípulo amado por Jesús estaban allí (cfr. Jn 19, 25-27). 

 

«Qué quieres de mí, Mujer?» y «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» “Mujer”: un bello título dado a la nueva Eva, madre del nuevo Adán. En ella la humanidad entera despierta y renace por la acción del Hijo. También san Pablo para hablar de la humanidad del Hijo único de Dios lo define como «nacido de mujer» (Ga 4,4). No podemos asomarnos al misterio de la Encarnación sin contemplarle como mujer. Y contemplarla como mujer significa emprender cada vez más el camino de humanización que señala la vocación salesiana de todos los miembros de nuestra Familia. Vivimos y trabajamos por una humanidad verdadera, fraterna, solidaria y en paz. Y ella es la primera que nos acompaña a realizar esto. 

 

María es para nosotros Madre también, más bien, diría ¡Mamá! Dios eligió para su Hijo una mamá verdadera. Seguramente Jesús, mientras crecía junto a María y a José, supo reconocer dentro de sí el amor cálido y acogedor que había experimentado desde toda la eternidad junto a su Padre, el Padre de todos. 

 

María ha sido una como tantas de nuestras mamás. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos.» (Lc 2,48). Este pasaje de Lucas nos muestra todo el corazón de una mamá. ¡Cuántas veces las mamás sienten angustia por sus hijos! 

 

¿Y qué cosa vieron los pastores que fueron hasta Belén? No hallaron acaso una mamá y un papá cuidando de su pequeño hijo? (cfr. Lc 2, 16) He aquí la razón por la que es mamá: ¡Porque nos cuida! Entonces resplandece aún más el regalo de Jesús a su amigo: «He ahí a tu madre!» (Jn 19,27). Ella es nuestra Madre porque, al cuidar de nosotros, nos enseña desde lo profundo de nuestra alma a cuidar de nosotros mismos y de los unos a los otros, a cuidar de la vida, de la creación, del crecimiento de nuestros hermanos y hermanas, de la vida de aquellos que están en mayor riesgo de perderla y perderse...

 

Mis muy queridos, como Familia Salesiana, como amigos de Don Bosco, cuidemos la vida, cuidemos los unos a los otros.

 

Tampoco podemos olvidar lo que hizo nuestro amado Don Bosco cuando perdió a mamá Margarita: fue al santuario de la Consolata y con el corazón en la mano renovó su filiación y confianza en aquella mamá que ha seguido siempre a su lado, de él y de sus muchachos. También hoy nosotros queremos decir a María: ¡Se nuestra mamá! Y ¡enséñanos a cuidar la vida!

 

María es también Maestra. La maestra que nos dice una y otra vez: «Hagan lo que él [Jesús] les diga.» (Jn 2,5); la maestra supo primero custodiar todas las cosas de Jesús en su corazón (cfr. Lc 2,51) y nos enseña a hacer lo mismo. Un cristiano es aquel que sabe custodiar las cosas de Jesús en el corazón y recurre siempre a ese tesoro.

 

Ella, la mujer madre, fue indicada por Jesús a Don Bosco como aquella que habría de hacerle ver cómo cumplir la misión asignada, “la maestra bajo cuya disciplina puedes volverte sabio, y sin la cual toda sabiduría se vuelve necedad” (Memorias del Oratorio).

 

Y la “disciplina” es propia de los “discípulos”. Nosotros somos buenos discípulos de María, como lo fueron Don Bosco, Madre Mazzarello y las primeras y primeros de nuestra Familia Salesiana.

 

Finalmente, María es Auxilio. La primera acción de la mujer una vez madre, después de la anunciación del Ángel fue ponerse al servicio de Isabel (cfr. Lc 1, 39ss.). Dice el Evangelio que «partió y fue sin demora» ¡Que bella expresión del servicio eclesial y particularmente del salesiano: sin demora o rápido buscamos ponernos al servicio para cuidar la vida que crece y que tantas veces se ve amenazada;  rápido para responder al grito de los jóvenes, sobre todo de aquellos que están en mayor peligro; rápido pero sin prisa, es decir dedicando el tiempo suficiente y oportuno, como Ella que «permaneció con [Isabel] unos tres meses y [luego] regresó a su casa». María es aquella que se da cuenta de que faltaba el vino en Caná... que pone en acción a Jesús y de esta manera se vuelve ayuda para que no faltara la alegría en la fiesta de la vida.

 

Por tanto, mis queridos hermanos y hermanas, les digo una vez más: ¡no tengan miedo a nada! Porque María es nuestro Auxilio, ella es nuestra Madre y Maestra que nos enseña a ser verdaderos discípulos misioneros de Jesús y a cuidar nuestra vida para volverla más humana, según la medida de Cristo, el Verbo eterno nacido de Mujer.  

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