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Don Bosco entre los pobres. Hay una hermosa escena en la última película de Don Bosco que me ayuda a narrar las experiencias que he vivido estos días. Juanito está acompañando a Don Calosso que va a celebrar la misa. De camino por el pueblito encuentran un niño enfermo con fiebre. Don Calosso se para, le da a la madre el dinero para las medicinas y después se va a la iglesia para la misa. Juanito, impresionado por el gesto del sacerdote, le dice que, cuando sea grande, quiere ser como él.

El secreto de Don Calosso es que sabe todo lo que pasa en el pueblito, conoce las personas, las visita, conoce sus problemas y necesidades. La experiencia que estoy haciendo estos años en la misión de El Petén es la misma. Estoy en medio de la gente, estoy con ellos. El Papa Francisco dice que el sacerdote debe oler a oveja. No hay definición más bella que pueda darse del sacerdote. A veces me parece una locura irrealizable. Pienso en mi parroquia con sesenta mil personas. ¿Cómo puedo estar presente en la vida de tanta gente? No tengo idea. Busco estar disponible cuando me llaman, aprecio el tiempo que paso con ellos, aprendo a no mirar el reloj, lo que no es fácil. Esta introducción me permite narrar mis últimas experiencias.

Primera lección: voluntad. Termino la misa y comienza a caer un diluvio. Se acerca una familia y me pregunta si las puedo llevar en carro a su casa. Son unas veinte personas entre grandes y pequeños: la abuela de 40 años, los hijos alrededor de los 20 y los nietos entre 2 y 8 años. Acepto inmediatamente. Estas personas con sus niños han caminado cuatro o cinco kilómetros a pie para venir a misa. Dudo que yo hubiera hecho esa caminata para ir a misa en mi tierra. Me siento un gusano, sobre todo al pensar que tendrían que haber hecho el viaje de regreso descalzos bajo la lluvia.

Segunda lección: compartir. En Navidad recogimos comida para distribuirla a las familias pobres. Preparé bolsas para que tuvieran una bonita fiesta de Navidad, gracias a una generosa donación de una familia de la ciudad de Guatemala. Con esta misma donación compré pañales para los niños y ancianos del hospital, que les durarán por un año. En el hospital no se los dan y pocas familias los pueden adquirir. Y en el hospital no es posible lavar la ropa de los niños, y los ancianos están abandonados. Una escena hermosa ha sido para mí ver a una señora que, cuando le llevé la bolsa con los regalos, se fue a compartirlos con los vecinos: a uno un paquete de fideos, a otro una bolsa de arroz, a uno más una libra de frijoles. Esta señora, en su sencillez, me hizo ver que no se puede hacer fiesta si cerca de ti la gente no tiene con que festejar.

Tercera lección: generosidad. Una señora qeqchí de edad avanzada quedó viuda. En la cultura qeqchí, una viuda, si no tiene parientes cercanos, está destinada a morir de hambre porque nadie la ayuda. Vive de la beneficencia. Esta mujer pobre, sola, abandonada por todos… adoptó un niñito recién nacido (ahora tiene 14 años) porque lo habían abandonado, y lo está criando como se fuera su mamá. Cuántas veces se encuentra excusas para ser generosos, pensando que no tenemos suficientes medios. Esta viejecita indígena, que no logra decir una palabra en español, que cuando llega a confesarse no tengo la mínima idea de lo que me dice, ella me ha enseñado que siempre es posible ser “humanos”, porque de eso se trata cuando somos generosos con el prójimo. Basta quererlo. Este año quiero ayudar al hijo para que estudie. Ojalá pueda recibir una bolsa de estudio. El año pasado aplazó el grado por no tener dinero para las consultas en internet que le pedían en la escuela.

El P. Giampiero De Nardi es un misionero salesiano que trabaja en San Benito, Petén, Guatemala.

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