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Imágen de flickerfree Se acerca la navidad, y con ella los preparativos. La familia empieza a organizarse, a revisar calendarios, a proponer actividades. Todos empezamos a des empolvar los adornos navideños, las luces, el nacimiento.

Mi abuela prepara la corona de adviento y la imagen de José y María, quienes encontraran posada en los hogares de cada uno de sus 5 hijos. Mi tía busca las panderetas, las maracas, las hojas de canto. Nuestras mamás y papás piensan en la comida que se compartirá con los asistentes: el pancito con pollo, el tamal de gallina, las galletas, el chocolate caliente. Los primos y primas empiezan a crear eventos por Facebook para invitar a familiares y amigos comunicando las fechas de las posadas. Nuestra red de comunicación familiar comienza a alborotarse, los amigos cercanos nos preguntan: ¿Y cuándo es la posada en tu casa?.

Durante el adviento las puertas de nuestros hogares se abren a nuestros familiares, amigos, vecinos y algún otro curioso que se acerca solo para saber de qué se trata el relajo. Durante cuatro semanas, las salas de nuestras casas se convierten en humildes pesebres que reciben con esperanza a José y a María que van peregrinando, buscando un lugar cálido para recibir al niño Jesús.

La tradición de las posada, que empezara con villancicos y minireflexiones para mis herman@s, prim@s que en aquel entonces éramos una pandilla de chiquillos ansiosos por la llegada de navidad solo por los regalos, los dulces y la pólvora, ahora se ha convertido en un camino de reflexión que nos va guiando hacia la navidad.

Conforme fuimos creciendo, las reflexiones se fueron adecuando a nuestra edad, con la meditación del evangelio y la participación de grandes y pequeños, nuestros compromisos personales se fueron haciendo cada vez más serios, con la intención de preparar el pesebre de nuestro corazón para la llegada del niño Jesús.

21 años después, ahora aquellos chiquillos juguetones somos jóvenes adultos, que vivimos el adviento con mucha alegría, oración, propósitos y buenas acciones para ofrecer el corazón limpio el día de navidad; los villancicos no han cambiado desde entonces, pero los cantamos con el mismo entusiasmo. Incluso creamos nuevas versiones con ritmos y estrofas diferentes.

Los amigos de nuestros familiares se convierten en nuestros amigos y compartimos con ellos la grandeza del milagro: el nacimiento de Dios con nosotros.

El número de asistentes a las posadas a veces es un poco mayor al que se esperaba y en la cocina debe hacerse de manera milagrosa la multiplicación de los tamales y el chocolate caliente. Pero siempre hay algo que compartir con los demás.

La familia va creciendo, algunos de nosotros tienen hijos que ahora son también parte esta tradición y desde pequeños van aprendiendo no solo el verdadero valor de la navidad sino también van creciendo en una familia que reza unida y permanece unida.

Me siento bienaventurada de ver cómo año con año el milagro de la navidad se hace realidad en mi familia, donde cada uno de nosotros, a pesar de sus dificultades, preocupaciones, inseguridades y crisis espirituales encuentra en el tiempo de adviento y en las posadas ese pesebre cálido, humilde y sencillo que da esperanza y certeza de que Dios está con nosotros y nunca nos abandona.

El Papa Benedicto XVI en este año de la fe nos recuerda que la familia es la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. Acojamos esta invitación y hagamos que nuestra familia enriquezca y haga crecer su fe al compartirla con los que nos rodean.

En este adviento seamos luz, estemos atentos, vistámonos de la mujer y hombre nuevo y recibamos al niño Jesús con un corazón limpio, lleno de esperanza y sencillez.

Feliz adviento y feliz navidad.

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