pcoalova Como si fuera poca cosa, el P. Emilio Coalova lleva acumulados sesenta años de sacerdocio, setenta de profesión salesiana y ochenta y siete de edad. Casi un record Guinnes.

Discreto, amable, sereno, irradia paz y bondad. Conjuga pulcritud y sencillez en su estilo de vestir. Incapaz de un gesto de impaciencia. Contagia serenidad a quienes tienen la suerte de encontrarlo. Jamás una queja o un comentario desfavorable. Silencioso, las más de las veces, pero no introvertido. Como si viviera en otra dimensión, en un mundo al alcance de los puros de corazón.

Nació en Barge, un pequeño pueblo al norte de Italia. De familia cristiana compuesta por papá, mamá y ocho hijos. Le queda vivo un hermano menor. De pequeño servía diariamente como acólito en la iglesia parroquial. El párroco, muy santo, despertó en el pequeño Emilio el deseo de ser sacerdote.
El año que fue canonizado Don Bosco llegó un salesiano a Barge para celebrar el acontecimiento. Habló tan bien del nuevo santo que en el niño Emilio se despertó la atracción por la vida salesiana. Para ventaja suya, había cerca de allí, en Bagnolo, un seminario menor salesiano, como se estilaba entonces. A los once años de edad cruzó la puerta de este seminario, o aspirantado como se le conocía en el lenguaje salesiano. La aventura con Don Bosco se ha prolongado felizmente por setenta y seis años.

Cuando el P. Emilio Coalova estudiaba teología, un compañero suyo optó por ir a las misiones. El P. Emilio se dejó contagiar por el ideal misionero y escribió al Rector Mayor de entonces, el P. Pedro Ricaldone, poniéndose a su disposición para cualquier tierra de misión.

Apenas ordenado sacerdote, fue enviado a Centro América. Sesenta años de su vida los ha entregado a servir en este rincón del mundo.

El P. Emilio no ha sido un hombre de andanzas apostólicas. Buena parte de su actividad salesiana transcurrió dedicado al cultivo de vocaciones salesianas jóvenes en Costa Rica y El Salvador. El resto, que no es poco: 27 años, los gastó en un trabajo casi anónimo: secretario del consejo inspectorial. Fue un servicio hecho a su medida, pues la discreción es uno de sus rasgos más notorios. Sirvió a siete inspectores con una fidelidad digna de un monje de la Edad Media.
Ahora, en la cumbre de su vida, cuando la gente de su edad mata el tiempo frente a un televisor, el P. Coalova se dedica a confesar y celebrar la eucaristía. Como confesor, es todo un campeón. “Me gusta confesar”, admite con candor.
Cuando tiene tiempo libre, se conecta a Internet para seguir el ritmo de la Iglesia y de la Congregación Salesiana. O reza con oración silenciosa por sus hermanos salesianos afanados en el trabajo educativo pastoral.

Compartir