Ppadre1 Si tuviera que imaginar una versión actualizada de Juan Bautista, escogería al P. Alonso Iraheta, solo que bondadoso. Su austero estilo de vida recuerda a los viejos profetas. Enfundado en su gastada sotana blanca, no se le logra descubrir el mínimo detalle de concesión al buen vestir.

Pero le sobra amabilidad. Una sonrisa casi angelical no lo abandona ni cuando duerme. Yo le aplicaría el verso que fray Luis De León dedica a Jesús: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura”. Aunque del P. Alonso no se puede hablar de “presura”, pues la calma lo invade constante. Sonrisa y calma: fórmula mágica para conquistar personas.


El P. Alonso llegó a El Salvador desde Colombia para celebrar los cincuenta años de su ordenación sacerdotal. Lleva 36 años trabajando como misionero en ese país. Pasó treinta años en la región de Ariari, cuando ese territorio, al sur de Bogotá, era un lugar de difícil acceso, con una extensión de 34.000 km cuadrados y que había sido entregado a los salesianos como vicariato apostólico. Tierra de prófugos de la justicia, envuelta en las tensiones irreconciliables entre conservadores y liberales. Allí un puñado de salesianos realizó una gigantesca obra civilizadora.

Del 1980 al 2000 el P. Alonso vivió y trabajó pastoralmente en Fuente de Oro. Allí le tocó experimentar los miedos y zozobras ocasionados por la temible guerrilla que secuestraba, extorsionaba y asesinaba a diestra y siniestra.
Cuenta nuestro misionero que un día, mientras celebraba la misa, alguien se acercó al altar para depositar un sobre blanco. “Qué bien, - pensó el padre- me han traído una limosna”. Era un mensaje de extorsión; debía entregar a la guerrilla una enorme cantidad de dinero, con las amenazas del caso, si se negaba. El P. Alonso entregó a la autoridad el mensaje e ignoró esa demanda. Sigue vivo.

También le tocó algunas veces acompañar a vecinos a entregar altas cantidades de dinero a cambio de recuperar personas secuestradas. Los parientes acudían al sacerdote porque le tenían confianza. Era una operación peligrosa, pues la cita con los guerrilleros se planeaba en lugares remotos y aislados. Las más de las veces la guerrilla se quedaba con el dinero y no devolvía a la víctima.

El P. Alonso Iraheta mantiene una actitud básica ante la vida: Hacer el bien a todos, mal a nadie. Ha comprobado que servir no es perder, sino ganar.

Desde hace cinco años el P. Alonso trabaja en Agua de Dios, una población que en años pasados sonaba lúgubre, pues albergaba casi exclusivamente a leprosos. La medicina actual ha quitado en gran parte el estigma a esta enfermedad, lo que ha posibilitado el que los leprosos puedan convivir con la gente sana.

El P. Alonso nació hace ochenta años en Berlín, departamento de Usulután, El Salvador. Con fingida arrogancia se precia de su “estirpe alemana”. Su hermano mayor logró estudiar en el Colegio Don Bosco, de San Salvador, gracias a la bondad del director P. Arnoldo Aparicio, quien redujo sustancialmente la cuota a pagar. Además se interesó para que el hermano menor, Alonso, también ingresara al internado salesiano. El entonces inspector P. Pedro Tantardini intuyó su vocación salesiana y lo condujo al aspirantado de Ayagualo.

De lo que todo el mundo está absolutamente seguro es que el P. Alonso será beatificado apenas muera.

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