Alegría por estar entre los jóvenes - foto: ANS (1913-1972) - Un laico al estilo de Don Bosco - La vocación de un Salesiano Cooperador
Padre de familia, catequista y animador de oratorio, salesiano cooperador y misionero en Mato Grosso. Miembro de la parroquia San Agustín dirigida por los salesianos de Milán, Atilio es el alma del oratorio y de la parroquia, mago del oratorio, fenómeno de inventiva, de alegría y de capacidad educativa con los muchachos. Su vocación de laico cristiano comprometido florece y madura en los surcos del oratorio, con el corazón apostólico y alegre de Don Bosco. Es un actor fantástico que embruja con su manera de declamar: natural al máximo y novedoso siempre. Posee una carga, algo secreto, casi una gracia que no es la del actor. Lo que atrae en él es algo rico que lleva por dentro. Estar con los muchachos es la vocación de Don Bosco y de todo salesiano. Don Bosco lo llamó “asistencia”.

La forma de estar con los muchachos que Atilio posee encanta como su manera de declamar. No tiene miedo de los muchachos, es natural con ellos. Pero ¡cómo prepara cada detalle antes de encontrarlos! cantos, eslogans, llamados… Sabe escucharlos, los escucha con atención, reflexiona en lo que dicen, responde con la ocurrencia viva y graciosa, apropiada a cada uno. Alegre y optimista siempre, también cuando toma el pelo lo hace con amabilidad y no hiere a nadie. En general habla en dialecto milanés. Es un espectáculo Atilio entre los muchachos: ¡así debía ser Don Bosco! Cuida al grupo y sigue al individuo. Está atento a la situación real, sigue el  instinto de los muchachos y lo dirige con su inventiva. Si ellos arman bulla en vez de aprender el catecismo, le gusta lanzar un grito, echar un brinco, darle escape a un chorro de anhídrido carbónico; luego vuelve a sujetar las riendas. Su inventiva es adaptarse a las situaciones.
Las etapas de su camino fueron las etapas de su tiempo. En tiempo del fascismo busca la libertad en el oratorio, en la Acción Católica; en tiempo de guerra e inmediatamente después, cuando a causa de la política y de los partidos la gente se mira con malos ojos, inventa la cruzada de la bondad; en tiempo de protesta, cuando los jóvenes se adueñan del terreno que los viejos dejan vacío de ideales, él apoya la Operación Mato Grosso que sus hijos le han metido en casa. Su método y modo de estar con los muchachos manifiesta una preocupación constante por el alma del muchacho, su respeto por el joven. Lo que Don Bosco pedía a sus salesianos, en Atilio era tarea constantemente bien cumplida. El mensaje que Atilio transmite con este método suyo, siempre al día, se puede resumir con la palabra “bondad”. Y todo esto lo comparte con Noemí, novia y luego esposa, que se deja involucrar hasta el final en el entusiasmo arrollador de su Atilio: “Querida Noe, el Señor nos ayude a no ser buenos de cualquier manera, sino a vivir en el mundo sin ser del mundo, a navegar contra corriente... ».

¡Atilio encarnó a Don Bosco! En la alegría, en el estar con los muchachos. También en la piedad. Una piedad sencilla, la que reza antes de comer: “Gracias, Jesús, por el pan que nos has dado. Dalo también a quien no lo tiene”. Atilio vive de la unión con Dios, como Don Bosco. Su día comienza a las 6. Luego, a las 6:30, en la iglesia participa en la eucaristía y comulga. Si falta el acólito no tiene vergüenza en ir él mismo, también con 58/59 años de edad, a ayudar al sacerdote. Sigue la meditación. De regreso a casa, escucha  las noticias de la radio y sale para el trabajo. Regresa a casa al mediodía. Después del almuerzo va donde los salesianos de San Agustín: los conoce a todos, desde el inspector al último simpático hermano, ciego, que viene de Belén. Y cuando  hay alguno que sufre o se encuentra algo marginado, él se hace presente. Los saluda uno a uno, visita a Jesús Sacramentado.

Su vida se comprende desde su muerte. A los sesenta años de edad Atilio Giordani, con la esposa Noemí, el hijo mayor Pedro y la hija más joven Paula, sale hacia Brasil-Mato Grosso. “Si queremos y debemos compartir la vocación de nuestros hijos – dice –, comprender a nuestros jóvenes cuando deciden cosas importantes y ejemplares, debemos estar dispuestos a seguirlos para apoyarlos en la prueba, poder juzgar conscientemente lo que hacen”. “En la vida – añade – no sirve decir lo que debemos hacer. No sirve predicar, vale lo que hacemos. Hay que demostrar con la vida aquello en que creemos. No hace falta hacer sermones. El sermón es vivir”. Su vida es una carrera con los jóvenes. Y llega a la meta casi al vuelo, demostrando lo que es la  vocación permanente del cristiano, ¡dar la vida!, ser jóvenes hasta el último día. Muchas veces Atilio había dicho: “La muerte nos debe encontrar vivos”. Él, tan vivo en las cosas ordinarias, en la alegría, en la piedad, también en el encuentro final con el Señor está allí, listo para seguir encontrándose entre los muchachos en el jardín salesiano del cielo. La muerte lo sorprende mientras está hablando en un encuentro misionero de Campo Grande (Brasil) cuando, sintiéndose desfallecer, apoya la cabeza en el hombro del P. Ugo De Censi y le susurra al hijo: “Sigue tú”. Es el mensaje que Atilio nos deja también a nosotros: seguir siendo Don Bosco vivo hoy, con alegría y entusiasmo, hasta el final.

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