temasocial1 Nuestra supervivencia está ligada a nuestra filiación divina. Si no somos “Hijos de Dios”, no habrá posibilidad de que alguien respete nuestras vidas, no habrá ley alguna que nos proteja.

O somos hijos de Dios o somos simios que han tenido éxito. 

El camino que elijamos es determinante para construir una sociedad. No se trata aquí de la discusión sobre la creación o la evolución, porque aún esta puede haber sido convocada por el Creador. Se trata de alimentar en la fe la certeza de que algo muy importante sucedió con la encarnación de Jesucristo, con su palabra, muerte y resurrección, con su promesa de vida eterna.

¿Qué quiere decir “Ser Hijo”? Esta pregunta es simétrica a la que surge inmediatamente ya que donde hay un hijo hay un padre.... ¿qué significa “ser Padre” o “ser Madre”?



La descomposición de la familia es tal que en muchas partes el concepto de “padre” o el de “madre” nada dicen, y si algo evocan es en muchos casos esa desencantada forma de aburrimiento en que se ha convertido la vida familiar desde que la sociedad aceptó incomunicarse con el uso de los medios de comunicación.

Cuando yo digo Padre o Madre, ¿qué evoca esa palabra en mí?

Es preciso trabajar para reconstruir, o mejor para diseñar un modelo de paternidad o de maternidad que nos permita hacer valer la comparación entre el Padre que está en los cielos y el padre que, estando en la tierra, no está casi nunca presente, del que uno no sabe qué duele más si la presencia de su ausencia o la ausencia de su presencia.

Hay que rescatar culturalmente el concepto de Padre y el de Madre (Dios es al tiempo nuestro Padre y nuestra Madre) para darle fondo y contenido a la bella idea de la filiación.

Con el bautismo se ha transformado profundamente nuestro ser y participamos del misterio de Cristo. Somos, pero en una dimensión diferente. Como bautizados tenemos un vínculo bien diverso con la fuente del ser, con el cuerpo místico de Cristo que en el bautismo ha producido en nosotros un “cambio ontológico” realmente indescriptible, tanto que genera en nosotros la obligatoriedad del anuncio y de la propuesta de recibir el bautismo.

Ser hijos de Dios en la verdad del cuerpo místico de Cristo es lo más grande que puede sucedernos. Vamos por la vida buscando éxitos cuando el éxito lo hemos logrado al inicio. Pascal, que entendía de asuntos de fe y de gracia, afirmaba en sus “Pensamientos” que nada valía comparado con la gracia de ser del Señor y en el Señor.

La sociedad de consumo se empeña en hacernos olvidar a Dios. La única forma que ha encontrado es la de multiplicar los dioses, el fútbol, el sexo, la comodidad, el jolgorio, el placer, la satisfacción de un egoísmo creciente. Todas cosas que en su legítima proporción son bellas y justas y al serlas se convierten en amor, felicidad, fiesta, ágape, diversión.

La publicidad y la propaganda nos dejan saber que Dios es aburrido, exigente, que cansa y produce fatiga. Quienes manejan estos instrumentos de condicionamiento de la conciencia están seguros de que, si no se cimienta la economía del consumo en la idolatría, no tiene futuro.

Si la dignidad del ser humano está centrada en sus ídolos, se entiende que es frágil y negociable.

Dios no tiene lugar en la absoluta pobreza ni en la absoluta satisfacción; no porque no esté allí, sino porque no se le reconoce, porque no hay capacidad de mirar más allá de la supervivencia o del ahíto.

El pecado mayor es que a un pobre se le niega la posibilidad cierta de abrirse a Dios. Y para el satisfecho, el pecado mayor es haber dado muerte a Dios en su hedonismo.

La descomposición de la familia es tal que en muchas 
partes el concepto de “padre” o el de “madre” nada dicen, 
y si algo evocan es en muchos casos esa desencantada forma de aburrimiento en que se ha convertido la vida familiar...

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