Don Bosco junto a Bartolomé Garelli. Desde el inicio de su permanencia en el Convitto, Don Bosco se hizo amigo de algunos muchachos que comenzaron a seguirlo por todos lados, aunque él no tuviera ni siquiera un cuarto donde reunirlos ni una idea clara de lo que habría hecho después con ellos.

Como de costumbre, el Señor obra a través de coincidencias. Don Bosco sitúa este encuentro en el mes de diciembre, y lo marca como el momento en que comenzó a ver el comienzo de su camino.

En síntesis, dice Don Bosco que “el día de la Inmaculada (8 de diciembre de 1841) estaba revistiéndome para celebrar la misa, cuando el sacristán pidió a un joven que ayudara misa, a lo que el joven se rehusó, diciendo que no sabía. El sacristán se puso furioso:
Si no sabes ayudar misa, ¿para qué vienes a la sacristía? Agarró la caña con que prendía las velas y comenzó a golpear al muchacho, que salió corriendo.

Al ver la escena, intervine:
– Pero, ¿qué hace? ¿Por qué le pega a ese chico? ¿Qué hizo de malo?
– ¡Viene a la sacristía y no sabe ni siquiera ayudar misa!
– ¿Y por esto hay que pegarle? Déjelo tranquilo, que es un amigo mío. Antes bien, llámelo en seguida. Necesito hablar con él.

El sacristán fue tras él a la carrera, lo alcanzó y lo trajo conmigo, y gentilmente le dije:
– Hola, ¿ya oíste misa?
– No.
– Ven a oírla. Después debo hablarte de una cosa que ciertamente te gustará.

Terminada la misa y la acción de gracias lo llevé a una capillita y yo con la cara bien alegre le hablé y le dije:
– Buen amigo, ¿cómo te llamas?
– Bartolomé Garelli
– ¿De dónde eres?
– Del pueblo de Asti
– ¿Qué oficios tienes?
– Soy albañil
– ¿Está vivo tu padre?
– No, ya murió
– ¿Vive tu mamá?
– También ella murió
– ¿Cuántos años tienes’
– Dieciséis
– ¿Sabes leer y escribir?
– No ...
– ¿Sabes cantar?
– No ...
– ¿Sabes silbar?
Aquí Bartolomé se rió. Era lo que yo quería. Comenzábamos a ser amigos.
– ¿Hiciste la primera Comunión?
– Todavía no
– ¿Te has confesado?
– Sí, cuando era más chico
– Y, ¿te vas al catecismo?
– No me atrevo. Los chicos se ríen de mi.
– Y si yo te enseñara el Catecismo ¿vendrías?
– Sí, con mucho gusto 3 – También ¿en este lugar?
– Si, pero con tal que no me peguen
– Quédate tranquilo. Ahora que eres mi amigo nadie te tocará.
– Y cuando quieres que empecemos?
– Cuando usted quiera
– ¿Ahora mismo?
– Si, con mucho gusto”.

Don Bosco se arrodilló y rezó el Ave María.

Sobre este hecho, cuarenta y cinco años más tarde dirá a sus salesianos: "Todas las bendiciones llovidas del cielo son fruto de ese primer “Ave María” dicho con fervor y recta intención”.

Terminado el Avemaría Don Bosco le hizo a Bartolomé una primera catequesis y lo invitó a volver el siguiente domingo a otras catequesis pero trayendo algunos amigos más.

Con esto había nacido la gran obra de los ORATORIOS SALESIANOS al mejor estilo de la pedagogía de Don Bosco.

 

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