conociendo-a-DB Sabemos bien que en el epistolario de Don Bosco encontramos numerosas cartas dirigidas a jóvenes con los que mantuvo contactos puntuales o relaciones más dilatadas en el tiempo. En ellas Don Bosco se muestra como un buen acompañante espiritual. Toca el corazón de las personas, abre caminos en el proyecto vital de los jóvenes y orienta espiritualmente. Leemos en una de esas cartas dirigida al joven Severino Rostagno en septiembre de 1860:

“Ánimo, pues, hijo mío; sé firme en la fe, crece cada día en el santo temor de Dios; guárdate de los malos compañeros como de las serpientes venenosas; frecuenta los sacramentos de la confesión y la comunión; sé devoto de María Santísima y ciertamente serás feliz”.

Severino tenía 15 años y era huérfano de padre. Ese mismo año de 1860, en noviembre, entró en el Oratorio de Valdocco como estudiante, si bien estuvo en la casa solo un año.

En la carta de septiembre, Don Bosco apunta a lo importante. Es esencial en su mensaje y no divaga. 

Pero no son solo palabras genéricas dirigidas formalmente para salir del paso. Don Bosco personaliza el mensaje. Continúa la carta: 

“Cuando te vi me pareció entrever algún designio de la Divina Providencia sobre ti; no te digo nada todavía. Si vienes otra vez a verme, hablaré más claramente y conocerás la razón de ciertas palabras dichas entonces”.

 

Después de haberle dado algunas recomendaciones espirituales, Don Bosco da un paso más. Hace referencia a su proyecto vital. Le hace preguntarse, cuestionarse, pensar. Parece decirle… ¿Has pensado en tu vida? ¿Has pensado en el proyecto que Dios tiene para ti? Como buen pedagogo, deja un espacio de libertad. Piénsatelo. Y cuando vuelvas a verme, hablamos. Te diré lo que pienso y veremos posibilidades futuras. Don Bosco personaliza, acompaña, ayuda a discernir. No se limita a la cáscara y apunta al interior, al propio camino, al futuro.

Cercano y discreto, Don Bosco abre puertas y es audazmente propositivo. Como con Severino, tratará con miles de jóvenes a lo largo de su vida. Sabrá ganar terreno en la relación personal y abrir espacios de confianza mutua. Desde aquí, desde la realidad personal de cada joven, podrá orientar, ayudar, discernir, acompañar. Es esta capacidad de auscultar el corazón y de generar confianza la que hará que muchos descubran en él un acompañante espiritual que, como buen maestro, sabe conducir hacia aguas profundas y abre cauces para crecer y madurar. 

 

El Don Bosco de los grandes proyectos y la infatigable actividad es el mismo que se toma su tiempo para iluminar y alentar, para orientar y proponer, esperando pacientemente que el Espíritu haga madurar la semilla plantada en la buena tierra de sus jóvenes sabiamente cultivada.

 

Tomado del libro 100 palabras al oído, editorial CCS

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