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Don Joe.

KECKEISSEN JOSEPH

Falleció en Quetzaltenango, Guatemala, el domingo 3 de abril a las 8:30 pm, a consecuencia de los cuatro derrames cerebrales que sufrió desde noviembre. Don Joe tenía 86 años, dos meses y 19 días.


Un hombre sencillo y humilde, no obstante su sabiduría. Lo recuerdo caminando con su sudadero negro de capucha, su mochila al hombreo y su rosario en mano. O nadando muy temprano en la mañana, sin importarle el frío que hace por aquí. Viajaba siempre en bus, pudiendo hacerlo en automóvil como todos los demás. Dejó todo por servir a la humanidad. He conversado con mis hijos acerca de lo difícil que deber ser vivir como Hermano salesiano. Él no buscaba sobresalir, sino solo ser un servidor de los demás

Patricia Maldonado, Quetzaltenango

 

Don Joe estaba siempre pendiente de los jóvenes salesianos en formación inicial, especialmente de aquellos que estaban en camino a ser hermanos coadjutores. Los conocía por nombre y sabía de qué país provenían. No dudo de que ellos eran uno de sus temas de conversación con Dios.

P. Javier Rivas, salesiano, Roma

 

Fue un hombre lleno de voluntad, alegría, vida y fortaleza. Un hombre lleno de Dios.  A pesar de su edad avanzada, venía a El Salvador a consulta con el dr. Escapini, y no permitía que lo llevaran; él se desplazaba solo. Tuve la dicha de llevarlo varias veces a desayunar cuando llegaba o llevarlo a la terminal de buses, pero en general viajaba en taxi.

César Cárdenas Pineda, El Salvador

 

La impresión que me dio este hermano era su constante alegría. Nunca lo vi triste. Alguna vez lo miraba molesto defendiendo sus ideas. Pero siempre se le miraba sonriente, con una paz interior.

P. William Arguello, salesiano, Nicaragua

 

Amó su vocación de Salesiano Coadjutor. Siempre se mostró cercano de los Coadjutores de la inspectoría. Fui muy amigo de él y me apoyó en todo.

Hno. Benedicto Zumbado, Costa Rica

 

Desde sus cuarenta y siete hasta los ochenta y seis años impartió docencia universitaria en su patria adoptiva: Guatemala. Tanto en el departamento de Quetzaltenango como en la capital. Sus constantes idas y venidas las hacía todas las semanas en una camioneta extraurbana compartiendo con la gente chapina que tanto admira y apoya.Por decisión personal y con desprendimiento dejó de lado todo sueldo, salario o remuneración producto de la docencia y con hidalguía, magnanimidad y filantropía dedicó su vida a explicar en forma sencilla las bases de la productividad y el bienestar.El doctor Joseph Keckeissen trabajó treinta y nueve años como profesor en las aulas universitarias de Guatemala. Siempre explicó que la manipulación de las tasas de interés, los impuestos, la inflación y los repartimientos sociales han contribuido a hacer este país mucho más pobre. Usted no encontrará jamás vallas publicitarias en las carreteras de Guatemala con el nombre de Joseph Keckeissen. Durante décadas, de forma silenciosa usó su propio dinero para propiciar obras educativas de enorme desarrollo para Guatemala.

 

José Manuel Figueroa, Guatemala

 

En los últimos años, cada martes a las 6 pm llegaba de Quetzaltenango en bus de línea, recorriendo 200 km. Entraba a la capilla, rezaba Vísperas, leía documentos salesianos, cenaba muy frugal. A las 7.45 am iba a la Universidad Francisco Marroquín donde impartía de seis a ocho horas diarias de clase miércoles y jueves. El viernes por la mañana regresaba a la Comunidad de Quetzaltenango, siempre en bus. Ha sido fiel a D. Bosco, sencillo, atento, agradecido a la Congregación por todo lo que le ha favorecido. Docente de primera, responsable, humilde y deseoso de que los pobres encuentren por sí mismos su superación.

P. José Luis Ruiz, salesiano, Guatemala

 

Siempre platicábamos sobre la vida de la congregación cuando viajábamos a la parroquia por la mañana o cuando volvíamos a la comunidad por la tarde. En sus frecuentes viajes o esperas rezaba el rosario. Nunca faltaba a misa, y organizaba sus viajes de tal modo que pudiera asistir a misa antes o después de los mismos. Cuando estaba en Quetzaltenango, nadaba durante una hora. Sus compañeros de natación lo honraron con un reconocimiento a su disciplina personal.

P. Mario Aldana, El Salvador

 

En dos ocasiones transcurrí mis vacaciones en la comunidad salesiana de Quetzaltenango. A Don Joe lo recuerdo con estima y respeto. Tuve ocasión de dialogar con él sobre la situación de Guatemala o de nuestra amada Congregación Salesiana, las vocaciones, nuestra consagración, nuestra espiritualidad, etc. Me parecía una persona sencilla no obstante su historia llena de logros y éxitos. En ocasión de mi ordenación sacerdotal me sorprendió con una nota de felicitación.

P. Gabriel Romero, Costa Rica

En los 40 años que trabajé con Keck vi en él siempre lo siguiente: un gran científico, pensador, investigador incansable, gran defensor de la verdad, la libertad y la justicia, siempre dispuesto al diálogo con paciencia y comprensión para con el que opinaba diferente de él, sin polemizar, siempre dispuesto a explicar al que le preguntaba, un hombre todo bondad que nunca hizo mal a nadie, un hombre  sincero, un gran cristiano y gran salesiano, en suma, un hombre de Dios. Dialogaba y apreciaba sincera y amistosamente a muchas personas de otros credos o sin credo religioso alguno, pero en  él siempre se traslucía una profunda fe e inquebrantable adhesión a la Iglesia. Devotísimo de la Santísima Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, a pesar de sus largas horas de estudio, siempre encontraba tiempo para rezar diariamente al menos tres rosarios.

P. Angel Roncero, salesiano, Cartago, Costa Rica

 

Un fiel hijo de la Iglesia: se mostraba tal aun en los ambientes laicos; amaba su doctrina y su liturgia; sufría cuando veía que algunos se desviaban de sus enseñanzas.

Un enamorado de Don Bosco y de la Congregación: con especial amor a los salesianos veteranos, a los coadjutores, a los formandos, a las vocaciones.

Un religioso coherente, observante, piadoso, puntual, pobre y austero consigo mismo.

Un apóstol del laicado: animaba a exalumnos, cooperadores, caballeros de Colón, cargadores de procesiones.

Un académico de vocación, buscador de la verdad: estudiaba, leía, dialogaba, reflexionaba… hasta antes de la última enfermedad.

Cercano a la gente humilde y a los jóvenes: daba el primer paso, saludaba, era buen conversador.

Muy apreciado en los ambientes de la Universidad Francisco Marroquín.

 

P. Sergio Checchi, salesiano, Guatemala

 

Cuando  en el año 1972,  después de once años, volví por primera vez a Italia a pocos meses de mi ordenación sacerdotal, pasé por New York para saluda a unos familiares que yo no conocía porque habían emigrado después de la primera guerra mundial. Le pedí a Don Joe, que estaba allá, que me recibiera en el aeropuerto.  Fue agradable y tranquilizante para mi encontrarme con alguien conocido.  Fuimos a la casa de un primo de mi mamá a comer algo, y cuando según mi reloj había llegado la hora  de volver ( las nueve de la noche) Don Joe me llevó al aeropuerto.  Al llegar al mostrador de la KLM para el embarque, no había nadie más que el encargado del check in.  Le preguntó don Joe sobre el vuelo para Amsterdam, a lo que el señor contestó que ya se encontraba en la pista para el despegue. El error mío fue no haber tomado en cuenta el cambio de hora de Centro América con respeto a N. Y. Por eso llegamos cuando ya el avión se había alejado de la puerta de embarque.  Me quedé pálido. Don Joe trató de convencerlo de hacer algo por mí  y le  dijo que yo debía salir en ese vuelo porque al día siguiente estaba programada la celebración de mi  primera misa en Italia.  Lo hizo con tanta afabilidad que, cosa insólita, el empleado llamó por teléfono al capitán del avión para explicarle el problema.  Como mis maletas ya estaban chequeada hasta Milán, el funcionario me dijo que me metiera por donde pasan las maletas hacia el área de parqueo de los aviones y que allí me estaba esperando un camión con la escalera que me llevaría hasta la pista donde estaba esperándome el Jumbo.  Cuando se abrió la puerta del avión y entre vestido con mi primer clergyman y mi maletín, sentí ochocientos ojos clavados sobre mí.  Pasado el susto y la vergüenza, pensé que Joe había sido para mí en ese momento especial de mi vida un claro signo de la Providencia.

P. Salvador Cafarelli, salesiano, El Salvador

 

 

 

 

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