Profesión perpetua de Giuseppe Liano Han pasado ya varios días desde que celebramos mi profesión perpetua como salesiano y de tantas cosas aún estoy cayendo en cuenta. Cada vez que revivo en mi mente, en la oración y en el corazón esa eucaristía, salen a luz nuevos detalles que me hacen volver a dar gracias a Dios por tantas cosas diferentes, tantas personas, tanta felicidad. Fue un momento de gracia compartida en comunión con quienes participaron de la misa física, espiritual o virtualmente.


Resulta obvio que un momento tan importante en nuestras vidas se prepara con tanto tiempo de antelación. No es el caso de contar cada detalle de los ocho años que viví como “profeso temporal” en la Congregación, pero si la oportunidad de contar cómo este año y este verano fue aportando cada día un paso más hacia el Señor. Algunas cosas meditadas y calculadas y otras tantas como sorpresas que me regaló el Padre en su amor.
La primera preparación en programa fueron los ejercicios espirituales vividos en el cotidiano. Junto a mi director espiritual realizamos un camino de discernimiento diario en el que las Constituciones y la Palabra de Dios, vividas y contempladas en la eucaristía, fueron la brújula y el sendero de purificación y de donación total al Señor, a mis hermanos y a los muchachos que me envió durante el año. Fue un camino serio, con varios momentos de oración profunda y sobre todo de elección.
Terminado el año académico y la experiencia de los ejercicios, tuve la gracia de poder ir durante el verano a Tirana, mi tierra de misión, para dar una mano en las actividades veraniegas y para compartir y seguir conociendo a los hermanos y el idioma. Fue un tiempo de proyección y de escuela allí en donde un día he de volver como salesiano sacerdote. Un tiempo en el que los muchachos, en medio de tantas pláticas y caminatas, expresaban cuánto esperan y necesitan de los salesianos, regalo que aprecié y atesoré en el corazón.
Fue curioso como el Señor puso ante mi una ‘alarma’ que me servía de oración en cada día: cada atardecer era mi momento de pausa, de contemplación y de entrega al Señor. Dos preguntabas me guiaban en esos cinco o diez minutos de silencio: ¿dónde estoy? ¿quién soy y quién he sido para esta gente hoy? Algunas veces me sorprendió en el patio, otras en algún campamento, otras en el carro de camino y unas pocas en la playa, de paseo con los muchachos o con los hermanos. Era en cada jornada un momento en el que sabía que estaba plenamente con el Señor y con mis muchachos.
El verano incluía dos momentos de especial atención. El primero fue el encuentro con los jóvenes animadores de la inspectoría para su formación, durante una semana, en la que además de las lecciones serias en distintas materias, compartimos con ellos momentos de oración, de plática y de fiesta. Una semana en la que nos tenemos a total disposición y en la que nos sacan el jugo como salesianos, por gracia de Dios.
El segundo momento fue la semana de retiro en preparación a la profesión en donde nos dedicamos con los hermanos a orar, a descansar y a compartir el propio camino. Fueron días de tanta paz, de silencio y de contemplación delante del Santísimo. Días en los que caminando con el rosario en mano o confrontando temores, ilusiones y convicciones, afirmamos el gozo y la gratitud de sabernos llamados a ser salesianos teniéndonos unos a otros. A pesar de las latitudes tan diversas de las que venimos, esa ilusión de querer ser todo del Señor nos unió en el corazón.
Todo este tiempo fue coronado con la llegada a Italia de mis papás y de mi hermano, a la que se unió mi hermana unos días después. Con ellos, además de conocer varios lugares, comunidades, hermanos y jóvenes, pude preparar la profesión con la misa cotidiana y con la profunda alegría que me daba el estar y compartir con ellos. Pensé que tanta vuelta podrían haber sido una posible distracción, pero al escuchar y contemplar con ellos, desde los ojos de la fe y de la alegría, lo que significaba vivir este momento, supe que el Señor me tenía preparado este tiempo para entender que todo depende de Él y solo en Él encuentra su mayor sentido.
Leyendo la propia historia y ‘poniéndola toda en juego’ pude también contemplar mis debilidades, mis errores y las historias de tantos hermanos que por uno u otro motivo han dejado la Congregación. Tantas veces me he reconocido yo también delante del Señor débil y propenso a la infidelidad, pero tantas veces me repitió “te basta mi gracia, mi fuerza se realiza en tu debilidad”. Y di gracias a Dios por ello, por saberme débil y totalmente necesitado de su gracia y de su fidelidad. Al final de cuentas, el ser fiel no depende de mi fuerza o gran capacidad, sino solo de su amor y de la forma en que ame y me deje amar en Él.
Así llegué a Bari, junto al otro Giuseppe, totalmente dispuesto a gozar de la celebración. Las lecturas no tuvimos ni siquiera que elegirlas, puesto que ya la liturgia del domingo era preciosa. Solo cambiamos la segunda lectura, para poder leer durante la eucaristía ese pasaje de la carta a los romanos que a los dos nos resultó determinante durante el proceso de los ejercicios espirituales cotidianos, “¿qué podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús?, ni la muerte, ni la vida...”. Tanto caló en nuestra oración que sin dudarlo la elegimos como frase para la profesión. Ese capítulo octavo de la carta a los Romanos nos enseñó a confiar plenamente en el Señor.
La celebración tuvo varios detalles preciosos. La primera fue la participación de tantos hermanos, que de una manera u otra nos han hecho sentir el gozo de sabernos consagrados y miembros de la Sociedad. La segunda fue la presencia de tantos jóvenes: el coro (casi 30 muchachos de Brindisi), los acólitos (unos 10 varones de Cerignola), los camarógrafos (15 adolescentes de Cisternino fueron los que transmitieron la misa en vivo en Facebook) y los animadores que hemos encontrado en diversas ocasiones, de diversas comunidades. Era como la deseábamos verdaderamente, una fiesta de y para los jóvenes.
Además de la gran sudada durante la misa porque hacía bastante calor, toda la celebración la viví con tanta paz y con un gozo que se veía en la sonrisa que espontáneamente me salía. Durante la misa repasé en la mente cada rostro, cada hermano, cada paso, cada joven, cada consejo, cada oración, cada momento y cada pasaje bíblico que me había traído hasta allí y por todo di gracias a Dios. Di gracias porque, aunque soñaba y deseaba tanto este momento, jamás lo imaginé así. Y di gracias porque fue una fiesta con Dios, porque la celebración no fue “mía” sino de todos y porque la alegría que hemos compartido todos estos años, fue nuestra ofrenda ante el altar. Suena bastante romántica la escena, pero es lo más concreto que puedo decir de mi vida, porque todo lo que hasta ahora he vivido ha sido un regalo y porque “por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí”.
Un dato curioso es que después de haber recibido la anhelada cruz salesiana, muchos me preguntan qué cruz voy a usar, si la que tenía de madera, la que me han dado como misionero o esta nueva. En la colección de cruces que tenemos, ninguna será jamás igual a la que he apenas recibido, porque cuando he visto a un salesiano llevarla colgada al pecho, adornada con la típica sonrisa y simpatía del carisma, he sentido que es Dios quien a mi vida llega y porque en ella veo escrito el programa de nuestra vida, entre la cruz, el buen pastor y el consejo de Don Bosco que esconde: studia di farti amare. Seguro que la cruz misionera me la pondré de vez en cuando para que no se ponga celosa, pero cada vez que me pondré esta “cruz de perpetuo” buscaré honrarla y hacerla realidad en mi vida, siendo para los jóvenes lo que los salesianos han sido en mi vida: padre, maestro y amigo.
Y agrego que la única cosa que me hizo falta durante la celebración fue el abrazo de mis hermanos que me han formado, que me han cuidado con su oración y siguen siendo mi modelo y mi inspiración en Centroamérica. Apenas pueda, llegaré a cobrarles el abrazo que me deben.

 

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