Depositphotos 8309311 XL El gran valor de la oración

San Francisco de Sales cultivaba algunas formas de expresión devocional: al Sagrado Corazón, a la actitud fundamental de la confianza, al abandono en manos de la Providencia, a la conciencia de tener en nosotros un «santuario interior», a la amistad con Dios que debemos cultivar, y a la bondad de Dios que nunca niega su ayuda a quien hace todo lo que puede y es fiel en las pequeñas cosas. 

Se puede percibir en todo ello el celo pastoral de Francisco de Sales, su paciencia con todos, su bondad, su optimismo, su fortaleza de ánimo, y hasta su deseo de comunicar a todos la buena noticia del Evangelio. Todo es fruto de su relación con Dios, a la vez profunda y sencilla, cotidiana y de amistad verdadera. Su vida de oración es su historia personal de amor con Dios, con sus progresos y los ejercicios para evitar que su relación con el Corazón de su corazón, siempre central en la vida, se enfriara.

Francisco de Sales escribió:

«Nunca es más agradable un presente que cuando nos lo hace un amigo. Los más suaves mandatos se hacen ásperos si un corazón tirano y cruel los impone, y nos parecen muy amables, cuando los dicta el amor. La servidumbre le parecía a Jacob un reinado, porque procedía del amor. Muchos guardan los mandamientos como quien toma una medicina, a saber, más por temor de morir y condenarse que por el placer de vivir según el agrado de Dios. Al contrario, el corazón enamorado ama los mandamientos, y cuanto más difíciles son, más dulces y agradables le parecen, porque así mejor complace al Amado y es mayor el honor que le tributa».

La clave de esta espiritualidad está en que se acude a la oración para estar con quien sabemos que nos ama, acompasar el latido de nuestro corazón con el del Maestro, como el discípulo amado, contemplar, ya que la oración consiste no en pensar mucho sino en amar mucho, y descansar en Él, como forma de reponerse y recobrar fuerzas para continuar amando.

La caridad como medida de nuestra oración consiste en realizar todas las actividades en el amor y por el amor de Dios, de tal modo que toda la vida se convierta en una oración continua. Quien hace obras de caridad, visita a los enfermos, asiste en el patio, da tiempo a otros para escucharlos, acoge a quien tiene necesidad… hace oración. Las ocupaciones y tareas no deberían impedir la unión con Dios, y quienes practican esta forma de oración no corren el peligro de olvidarse de Dios. Cuando dos personas están enamoradas una de otra, concluye Francisco de Sales, el pensamiento se dirige siempre hacia el otro.

Los sencillos medios que propone él para llegar a la unión con Dios (tema que nos es tan querido en nuestra espiritualidad como salesianos), los reconocemos, justamente, en las prácticas de piedad que Don Bosco proponía a sus muchachos y a sus primeros Salesianos. A quien tiene ocupaciones en cosas temporales, le aconseja encontrar momentos, incluso brevísimos, de recogimiento para unir el corazón a Dios con breves suspiros, jaculatorias y buenos pensamientos, o para tomar conciencia de Dios en nuestro espíritu. Mientras estamos en medio de las conversaciones o actividades, podemos siempre permanecer en la presencia de Dios. De esta manera, la verdadera oración no nos hace descuidar las obligaciones de la vida de cada día. 

El rasgo salesiano de la devoción a la Virgen, nuestra madre y guía, corresponde a la confianza que Don Bosco depositó en María como Inmaculada y Auxiliadora de todos los hermanos de su Hijo. Ella coopera en el plan de salvación de Dios y, con palabras de Francisco de Sales, Dios «hizo pasar a María por todos los estados de vida, de modo que todos puedan encontrar en Ella lo que necesiten para vivir adecuadamente su propio estado de vida». En ella comprobamos lo que Dios está dispuesto a hacer con su amor, cuando encuentra corazones disponibles como el de María. Vaciándose de sí misma, recibe la plenitud de Dios. Permaneciendo disponible para Dios, él es capaz de realizar en ella grandes cosas. 

La contemplación de María, con su vida y su sí a Dios, nos invita a abrirnos al amor de Dios, sabiendo que el corazón de Jesús, en el árbol de la cruz, nos contempla y nos ama. En María vemos completado el verdadero destino de nuestro corazón, el corazón de Dios.

Este artículo está en:

Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 256 Marzo Abril 2022

Recibir notificaciones de nuevos lanzamientos:

Suscribirse

Leer más artículos:



Compartir