Foto: sabphoto Se suponía que las redes sociales serían un factor maravilloso para incrementar los contactos interpersonales y crear así
una familia universal más humana. 

En parte, se está logrando ese sueño. El reverso de la medalla también ha ido apareciendo de modo corrosivo.

Bienvenido el enriquecimiento en las relaciones sociales ampliadas. Para otros, en cambio, el resultado es la dependencia. La fascinación del mágico aparatito electrónico crea adicción en el incauto. Pasar horas y horas absortos en el mundo virtual, hipnotizados por la pantalla luminosa, de espaldas a la realidad concreta y vital convierte a muchos jóvenes en auténticos zombies.

La pérdida del contacto con la realidad es dañina. Ese afán obsesivo por multiplicar “amigos” es una apariencia engañosa de sociabilidad. El aislamiento del mundo real es pernicioso e infantilizante. Es un aislamiento consumista y cómodo. Una fuga gratificante.

La alienación social es otro riesgo importante en el uso de las redes sociales. Existen personas cuya vida virtual es mucho más rica que su vida real, o que viven una suerte de experiencia alterna (un alter-ego) en redes sociales.
Así, se descuidan aspectos cruciales de su vida real, como pueden ser la productividad en el trabajo, el estudio, las relaciones interpersonales en su familia, etc. En muchos casos, las redes sociales deben tratarse como una adicción, y puede que sea necesaria cierta orientación psicológica profesional.

La conexión constante y febril a las redes empobrece mente y corazón. Se pierde el contacto humano real que es en sí cálido y enriquecedor. Da pena ver a un grupo de jóvenes que, en vez de dar rienda suelta a su vitalidad innata, cada quien navega en mundos separados. O una gran comunidad mundial jugando en línea los video juegos en tiempo real, lo cual resulta maravilloso, pero preocupante. Probablemente este jugador jamás estrechará la mano de su compañero de juego. Y perderá la oportunidad de socializar con su primo de al lado.

Al observador externo le podría parecer que ellos o ellas exploran absortos las maravillas del mundo real o se enriquecen con interacciones de calidad humana. La realidad tiende a ser otra. La violencia gratuita, la pornografía degradante, el chisme difamatorio, la banalidad de minivideos fugaces tienden a ser el alimento empobrecedor de una juventud incauta.
Lo que se ofrecía como un recurso fantástico para ampliar nuestra capacidad de socialización puede terminar lamentablemente en un individualismo ampliado.

En vez de “un millón de amigos” se puede llegar a desarrollar una actitud agresiva dedicada a ridiculizar al otro, a despreciarlo, destruirlo, odiarlo. Se destroza al otro mediante latigazos verbales desde una impunidad cómoda.

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