fraterno De la Eucaristía nace la Iglesia, experiencia de comunión entre los hombres en el nombre de Cristo y anuncio del Reino que se hace presente en la historia. Se trata de sacar de esto conclusiones operativas que no son automáticas, sino que requieren la generosa aportación de cada uno.



Hablar de la Eucaristía y sobre todo celebrarla no tiene sentido si las comunidades no se esfuerzan por superar las tensiones y las divisiones que pueden estar sufriendo. Debemos confrontarnos con una enseñanza bíblica que no deja espacios para las medias tintas o para componendas. Por ejemplo, el texto de la primera carta a los Corintios, capítulos 10 y 11, en que Pablo pone en evidencia que la Eucaristía es incompatible con las divisiones, las cerrazones recíprocas, el individualismo de cualquier forma.

Como dice el Apóstol, “cada uno se examine a sí mismo” y, dándose cuenta de que hay un solo pan para que todos formemos un solo cuerpo, evite profanar el Sacramento del Señor.

La comunión sacramental no nos lleva a la comunión de vida con Cristo si excluimos a los hermanos de nuestra estima y de nuestro trato, si conservamos rencores y si no damos nuestra aportación para construir la fraternidad. La Eucaristía existe para que nos amemos, nos perdonemos y dejemos que el Señor edifique la casa donde Él quiere habitar.

En la plegaria eucarística, después de haber invocado al Espíritu para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, le pedimos que, en virtud de la acción sacramental, nos reúna también a nosotros en un solo cuerpo.

El amor fraterno y la Eucaristía son dos signos que no se pueden separar. Cuando el primero no existe, se introduce una mentira en el sacramento. Cuando no se vive la Eucaristía, el amor pierde sus dimensiones y se separa de su fuente de alimentación.

Señor, haz que de la participación en este tan gran misterio obtengamos plenitud de caridad y de vida. Sea ésta la expresión intensa de nuestros deseos y el empeño auténtico de nuestra voluntad.

Visita al Santísimo
“Quien pone en discusión la visita al Santísimo debería preguntarse si sus objeciones contra tal devoción no son, en realidad, la protesta del hombre atareado contra la voz imperiosa que le invita a ponerse de una vez ante Dios con todo su ser, recogido aparte y relajado, en una atmósfera serena y tranquila, manteniéndose en el silencio regenerador y purificador en que habla el Señor”.

Karl Rahner


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