Luis Morales e Isolina de Morales son una pareja de médicos residentes en San Pedro Carchá, Guatemala. Tienen siete hijos y once nietos. Fieles cristianos y salesianos de corazón.
En su sala comedor ocupa un espacio de honor una estatua grande de María Auxiliadora. Ellos narran su experiencia profesional ante el sufrimiento concreto que experimentan en el trato diario con sus pacientes.
Aclaran ambos que su servicio profesional no se limita a escuchar, examinar, hacer un diagnóstico o extender una receta. Les toca lidiar con seres humanos de carne y hueso a quienes deben informar sobre situaciones dolorosas: un cáncer detectado; un bebé que murió; el hijo que consume drogas; la hija que está embarazada; el hijo que se accidentó, murió y está en la morgue y que ya nada se puede hacer. Situaciones duras que exigen fuerza, coraje, valentía y sabiduría.
O también enfrentar casos lamentables de pacientes que han adquirido cierta enfermedad por irresponsabilidad propia: desobediencia, autosuficiencia, libertinaje, ignorancia, decisiones arrebatadas...
Además de la habilidad profesional, necesitan de una buena dosis de capacidad de escucha que, a veces, es más eficaz que la pura medicina. La empatía alivia e ilumina al paciente, que espera una luz, una respuesta, un apoyo moral.
Luis e Isolina confiesan su propio sufrimiento derivado de la angustia, el estrés, la impotencia, el cansancio al tener en sus manos las vidas de los otros; y la adrenalina ante las emergencias; y el exigirse el máximo esfuerzo frente a situaciones críticas. La conciencia de estar salvando vidas que no tienen precio es, en el fondo, un aliento venido de lo Alto.
“Si volviéramos a nacer, no dudaríamos en recorrer el mismo camino”, afirman con la certeza de que, más allá de una profesión, se trata de una vocación.
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