ITDB2 El “vivir en la fe” era lo más precioso y a la vez lo más natural que el primer Oratorio tenía para ofrecer a quienes allí vivían, tanto a los muchachos como a sus educadores. Era el espejo de una realidad de vida donde los primeros salesianos, las mamás del Oratorio, los laicos que ayudaban y los jóvenes formaban una verdadera familia, en la misma casa.



Impresiona la cantidad de santos y beatos que habitaron esos ambientes pobres durante la vida de Don Bosco. Era una escuela de santidad recíproca, un crecer juntos en la fe. Si es cierto, por ejemplo, que Don Bosco ayudó a Domingo Savio a crecer en el amor a Dios, no es menos grande la influencia de Savio y de sus compañeros en Don Bosco, en su “formación permanente” como hombre de Dios. ¡La fe se fortalece dándola!

El equilibrio entre fe y vida está en el corazón del carisma de Don Bosco, en cuyo rostro y en cuya historia contemplamos una espléndida armonía entre naturaleza y gracia. Profundamente humano y rico en las virtudes de su pueblo, estaba abierto a las realidades terrenas; profundamente hombre de Dios y lleno de los dones del Espíritu Santo, vivía como si viera al Invisible.

Vivir en fe es hoy el don más preciado que podemos intercambiar, sea cual sea nuestro estado de vida, edad, vocación e, incluso, religión. La identidad de cada grupo y persona se realiza y revela en ser un don para los demás, así como en saber acoger el don de quien es llamado a ser discípulo del Señor en cualquier estado de vida y vocación.

Si la fe es un don, también es un don la vida de fe. No es el resultado de grandes habilidades personales ni de una fuerza férrea de voluntad. Cualquier contribución nuestra, que también forma parte del diálogo entre gracia y libertad, nunca se coloca fuera del amor preveniente de Dios, de la presencia tan discreta como eficaz del Espíritu, en cada uno, en la comunidad, en la Familia Salesiana, en la Iglesia, en el mundo, en la historia, en todo el universo.

El Espíritu es la fuerza creativa y es la energía que lo lleva a plenitud, que del grano de mostaza del Reino hace crecer el árbol grande.

 

Amar a los niños y a los jóvenes con pasión

La espiritualidad salesiana me ha dado la oportunidad de amar a los niños y a los jóvenes con pasión como lo hacía Don Bosco. Su sonrisa me motiva a seguir aportando mis dones para ayudarlos a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos. La carrera que estudio me permitirá atenderlos inspirada en san Juan Bosco, padre, maestro y amigo como lo ha sido para mí. Los años vividos en la Basílica Don Bosco me han ayudado a crecer como persona y a explotar mis cualidades.

Alana Polonía, Basílica Don Bosco, Panamá

 

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