Fray javier Garza Todos estos caminos sencillos y anónimos de santidad tienen siempre un modelo al cual mirar y en el cual reflejarse. La santidad cristiana tiene en María de Nazaret, madre del Señor, del Hijo de Dios, el más bello y cercano modelo.

María es la mujer del «heme aquí» pleno y total a la voluntad de Dios y en este decir sí, «hágase en mí según tu palabra», encuentra la beatitud plena y profunda por todo lo que ese sí le supuso desde la fe, no solo cuando el hijo deja el hogar y se separa porque debe llevar a cabo la misión del Padre, sino en el momento extremo de vivir el dolor de su crucifixión y muerte, dolor atroz como madre.

En María, la Madre del Señor, podemos encontrar la riqueza de una vida que aceptó el plan de Dios en todo momento, una vida que ha sido un ‘aquí estoy’ permanente dicho a Dios. Qué fascinante resulta desde esta perspectiva contemplar a María y meditar el valor de la existencia humana y su sentido pleno en la clave de eternidad.

En su valiente aceptación del misterioso plan de Dios llega a ser Madre de todos los creyentes, modelo para nosotros de escucha y aceptación de la Palabra de Dios, y guía segura hacia la santidad. Y esto porque nos enseña que solo Dios hace grande nuestra vida.

Es impensable un camino sencillo de santidad del cristiano sin tener puesta la mirada en María la Madre. Contemplarla es aprender a creer, a esperar, a amar. Y si de su mano oramos como ella y con ella, experimentaremos en nuestro andar cotidiano ese consuelo que solo puede venir de Dios.

Invocarla como Madre del Hijo de Dios será abrir nuestros corazones al regalo de su intercesión como Madre del Hijo y de sus hijos.

 

 

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