Foto por : Oscar Bennett No hay jóvenes de dentro y de fuera. La Iglesia y sus pastores sienten a todos los jóvenes del mundo como suyos, nuestros, porque nadie se ha de sentir excluido. Deben sentir que los acogemos sea cual sea su situación y sus historias de vida.


Visitando las presencias salesianas del mundo, he visto muchas iglesias llenas, porque las llenan los jóvenes inmigrantes y sus familias.

Así lo he visto en Vancouver, Toronto y Montreal, en California y en Nueva Zelanda, en Melbourne y, sin ir más lejos, en mi España natal (con miles y miles de hermanos latinoamericanos), y en Italia (con miles de filipinos en Roma y Turín).

Estos son nuestros jóvenes, con sus familias, que además traen aire fresco de fe a nuestras iglesias, al mismo tiempo que en nuestras naciones crece el rechazo, el miedo, la intolerancia y la xenofobia.

Hablar de los jóvenes como Iglesia es decir una palabra fuerte, decidida y atrevida en su favor en todas las naciones de nuestras iglesias locales. Porque estos jóvenes inmigrantes son más frágiles aún que todos los demás. ¿Nos atrevemos?

Nuestros jóvenes deben escucharnos decir  que los queremos, y que queremos hacer camino de vida y de fe junto a ellos. Han de sentir nuestra presencia afectiva y efectiva en medio de ellos. Deben sentir que ni queremos dirigir sus vidas, ni dictarles cómo deben vivir, sino que queremos compartir con ellos lo mejor que tenemos que es Jesucristo el Señor.

Han de sentir que estamos aquí para ellos, si nos lo permiten, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus alegrías, dolores y lágrimas, su confusión o su búsqueda de sentido, su vocación, su presente y futuro.

Han de sentir que les susurramos a Dios. Sentirán entonces que todo habrá merecido la pena.

 

 

 

 

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