Felices los pobres de espiritu Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos

El Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que, cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del rico insensato, de ese hombre seguro que, como necio, no pensaba que podría morir ese mismo día.

Las riquezas no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.

Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella santa indiferencia que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior: “Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás”.

Lucas no habla de una pobreza “de espíritu” sino de ser “pobres” a secas, y así nos invita también a una existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles, y en definitiva a configurarnos con Jesús, que siendo rico se hizo pobre.



Mansos Dinax Felices los mansos, porque heredarán la tierra

Es una expresión fuerte, en este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir. En definitiva, es el reino del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros.
Sin embargo, aunque parezca imposible, Jesús propone otro estilo: la mansedumbre. Es lo que él practicaba con sus propios discípulos y lo que contemplamos en su entrada a Jerusalén: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica».

Él dijo: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Para santa Teresa de Lisieux la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades.

Pablo menciona la mansedumbre como un fruto del Espíritu Santo. Propone que, si alguna vez nos preocupan las malas acciones del hermano, nos acerquemos a corregirle, pero con espíritu de mansedumbre, y recuerda: Piensa que también tú puedes ser tentado. Aun cuando uno defienda su fe y sus convicciones debe hacerlo con mansedumbre. Y hasta los adversarios deben ser tratados con mansedumbre. En la Iglesia muchas veces nos hemos equivocado por no haber acogido este pedido de la Palabra divina.

La mansedumbre es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su confianza solo en Dios. De hecho, en la Biblia suele usarse la misma palabra anawin para referirse a los pobres y a los mansos. Alguien podría objetar: Si yo soy tan manso, pensarán que soy un necio, que soy tonto o débil. Tal vez sea así, pero dejemos que los demás piensen esto.

Es mejor ser siempre mansos, y se cumplirán nuestros mayores anhelos: los mansos “poseerán la tierra”, es decir, verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios. Porque los mansos, más allá de lo que digan las circunstancias, esperan en el Señor, y los que esperan en el Señor poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz. Al mismo tiempo, el Señor confía en ellos: En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras.

Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.


Felices los que Lloran Felices los que lloran, porque ellos serán consolados

El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida.
El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor.

El mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca puede faltar la cruz.

La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Así puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De ese modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: Lloren con los que lloran.

Saber llorar con los demás, esto es santidad.


Francisco rubio Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados

Hambre y sed son experiencias muy intensas, porque responden a necesidades primarias y tienen que ver con el instinto de sobrevivir. Hay quienes con esa intensidad desean la justicia y la buscan con un anhelo tan fuerte. Jesús dice que serán saciados, ya que tarde o temprano la justicia llega, y nosotros podemos colaborar para que sea posible, aunque no siempre veamos los resultados de este empeño.

La justicia que propone Jesús no es como la que busca el mundo, tantas veces manchada por intereses mezquinos, manipulada para un lado o para otro. La realidad nos muestra qué fácil es entrar en las pandillas de la corrupción, formar parte de esa política cotidiana del “doy para que me den”, donde todo es negocio. Y cuánta gente sufre por las injusticias, cuántos se quedan observando impotentes cómo los demás se turnan para repartirse la torta de la vida. Algunos desisten de luchar por la verdadera justicia, y optan por subirse al carro del vencedor. Eso no tiene nada que ver con el hambre y la sed de justicia que Jesús elogia.

Tal justicia empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. Es cierto que la palabra “justicia” puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda nuestra vida, pero si le damos un sentido muy general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los desamparados: Busquen la justicia, socorran al oprimido, protejan el derecho del huérfano, defiendan a la viuda.

Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.


Felices los misericordiosos Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

Esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo. En la Biblia, el corazón son nuestras intenciones verdaderas, lo que realmente buscamos y deseamos, más allá de lo que aparentamos: El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Él busca hablarnos en el corazón y allí desea escribir su Ley. En definitiva, quiere darnos un corazón nuevo.

Lo que más hay que cuidar es el corazón. Nada manchado por la falsedad tiene un valor real para el Señor. Él huye de la falsedad, se aleja de los pensamientos vacíos. El Padre, que ve en lo secreto, reconoce lo que no es limpio, es decir, lo que no es sincero, sino solo cáscara y apariencia, así como el Hijo sabe también lo que hay dentro de cada hombre.

Es cierto que no hay amor sin obras de amor, pero esta bienaventuranza nos recuerda que el Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón, ya que si repartiera todos mis bienes entre los necesitados, si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.

En el evangelio de Mateo vemos también que lo que viene de dentro del corazón es lo que contamina al hombre, porque de allí proceden los asesinatos, el robo, los falsos testimonios, y demás cosas. En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven.

Dar y perdonar es intentar reproducir en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Por tal razón, en el evangelio de Lucas ya no escuchamos el “sean perfectos” sino “sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará”. Y luego Lucas agrega algo que no deberíamos ignorar: Con la medida con que midieren serán medidos. La medida que usemos para comprender y perdonar se aplicará a nosotros para perdonarnos. La medida que apliquemos para dar, se nos aplicará en el cielo para recompensarnos. No nos conviene olvidarlo.

Jesús no dice: Felices los que planean venganza, sino que llama felices a aquellos que perdonan y lo hacen setenta veces siete. Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido mirados con compasión divina. Si nos acercamos sinceramente al Señor y afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas veces este reproche: ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?

Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.


Felices los de corazon limpio Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios

Esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo. En la Biblia, el corazón son nuestras intenciones verdaderas, lo que realmente buscamos y deseamos, más allá de lo que aparentamos: «El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”. Él busca hablarnos en el corazón y allí desea escribir su Ley. En definitiva, quiere darnos un corazón nuevo.

Lo que hay que cuidar más es el corazón. Nada manchado por la falsedad tiene un valor real para el Señor. Él huye de la falsedad, se aleja de los pensamientos vacíos. El Padre, que ve en lo secreto, reconoce lo que no es limpio, es decir, lo que no es sincero, sino solo cáscara y apariencia, así como el Hijo sabe también lo que hay dentro de cada hombre.

Es cierto que no hay amor sin obras de amor, pero esta bienaventuranza nos recuerda que el Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón, ya que si repartiera todos mis bienes entre los necesitado; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. Lo que viene de dentro del corazón es lo que contamina al hombre, porque de allí proceden los asesinatos, el robo, los falsos testimonios, y demás cosas. En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven.

Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo, cuando esa es su intención verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. Jesús promete que los de corazón puro verán a Dios.

Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.


Felices los que trabajan por la paz Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios

Esta bienaventuranza nos hace pensar en las numerosas situaciones de guerra que se repiten. Para nosotros es muy común ser agentes de enfrentamientos o al menos de malentendidos. Por ejemplo, cuando escucho algo de alguien y voy a otro y se lo digo; e incluso hago una segunda versión un poco más amplia y la difundo. Y si logro hacer más daño, parece que me provoca mayor satisfacción. El mundo de las habladurías, hecho por gente que se dedica a criticar y a destruir, no construye la paz. Esa gente más bien es enemiga de la paz y de ningún modo bienaventurada.

Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social. A esos que se ocupan de sembrar paz en todas partes, Jesús les hace una promesa hermosa: Ellos serán llamados hijos de Dios. Él pedía a los discípulos que cuando llegaran a un hogar dijeran: Paz a esta casa. La Palabra de Dios exhorta a cada creyente para que busque la paz junto con todos, porque el fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz. Y si en alguna ocasión en nuestra comunidad tenemos dudas acerca de lo que hay que hacer, procuremos lo que favorece la paz porque la unidad es superior al conflicto.

No es fácil construir esta paz evangélica que no excluye a nadie sino que integra también a los que son algo extraños, a las personas difíciles y complicadas, a los que reclaman atención, a los que son diferentes, a quienes están muy golpeados por la vida, a los que tienen otros intereses. Se trata de ser artesanos de la paz, porque construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza.

La difamación y la calumnia son como un acto terrorista: se arroja la bomba, se destruye, y el atacante se queda feliz y tranquilo. Esto es muy diferente de la nobleza de quien se acerca a conversar cara a cara, con serena sinceridad, pensando en el bien del otro.

En algunas ocasiones puede ser necesario conversar acerca de las dificultades de algún hermano. En estos casos puede ocurrir que se transmita un relato en lugar de un hecho objetivo. La pasión deforma la realidad concreta del hecho, lo transforma en relato y termina transmitiendo ese relato cargado de subjetividad. Así se destruye la realidad y no se respeta la verdad del otro. No se trata de un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz, ni de un proyecto de unos pocos para unos pocos. Tampoco pretende ignorar o disimular.

Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.


Carlos Daniel Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos

Jesús mismo remarca que este camino va a contracorriente hasta el punto de convertirnos en seres que cuestionan a la sociedad con su vida, personas que molestan. Jesús recuerda cuánta gente es perseguida y ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia, por haber vivido sus compromisos con Dios y con los demás. Si no queremos sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda, porque «quien quiera salvar su vida la perderá.

La cruz, sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el mandamiento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación. Recordemos que cuando el Nuevo Testamento habla de los sufrimientos que hay que soportar por el Evangelio, se refiere precisamente a las persecuciones.

Pero hablamos de las persecuciones inevitables, no de las que podamos ocasionarnos nosotros mismos con un modo equivocado de tratar a los demás. Un santo no es alguien raro, lejano, que se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y sus resentimientos. No eran así los Apóstoles de Cristo. El libro de los Hechos cuenta insistentemente que ellos gozaban de la simpatía de todo el pueblo mientras algunas autoridades los acosaban y perseguían.

Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Jesús dice que habrá felicidad cuando los calumnien de cualquier modo por mi causa. Otras veces se trata de burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres ridículos.

Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.


 

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