Domingo Savio - Mussio El cristiano genuino es alguien inquieto que vive pendiente de la salvación de los demás. El cristianismo es lo opuesto al narcisismo. Nada de pasar la vida sacándole lustre a la propia santidad. Domingo Savio descubre esta dimensión cristiana en el letrero bíblico colgado en la pared del cuarto de Don Bosco: Dame almas, llévate lo demás. Sigue siendo el lema inspirador de la familia salesiana.

A Domingo, preocupado por ser santo, Don Bosco lo envía a trabajar para “ganar almas”, como se decía en el lenguaje del tiempo. Y Domingo lo tomó en serio. Con gusto daba catequesis en la iglesia del Oratorio o cuando se necesitara.

Afirmó un compañero suyo: Era tan amable y bondadoso con los jóvenes externos de la ciudad que todos lo querían por catequista. En vacaciones, apenas llegaba a su pueblito, se veía rodeado de muchachos de su edad, más pequeños e incluso mayores, que encontraban un verdadero placer en entretenerse con él. Fue capaz de enfrentarse a un hombre que se introdujo en el Oratorio y atraía a muchachos con impresos indecentes. Se impuso con su recia personalidad, y los incautos muchachos lo siguieron, abandonando al intruso.

Domingo tenía buen ojo para descubrir a los tímidos, los apesadumbrados, los acongojados. Eran sus candidatos para entablar amistad y ayudarlos a superar su soledad.

Un muchacho recién llegado al Oratorio, estaba enfermo de nostalgia por su familia. Domingo se le acercó y entabló un diálogo franco que derivó en una amistad creciente. Francisco Cerruti era ese muchacho quien sería uno de los grandes salesianos de Don Bosco. Afirmó: Desde aquel momento me hice la idea de que era un santo joven.

Camilo Gavio llegó al Oratorio con su salud deteriorada. Domingo se le acercó y conoció su estado delicado. Le propuso ser amigos. Y fue al grano: ¿Deseas ser santo, verdad? Gavio contestó: Sí, esta es mi gran ilusión, pero no sé qué hacer. Y Domingo le lanza la fórmula mágica salesiana: Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres. Procuramos por encima de todo huir del pecado como de un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón. En segundo lugar, tratamos de cumplir exactamente nuestros deberes y frecuentar las prácticas de piedad.

Otro gran salesiano de la primera hora, el padre Francesia, declaró: Un día me encontré al azar cerca de Don Bosco, que estaba hablando con el jovencito Domingo Savio; y no pude menos de maravillarme al ver que este, a quien tenía por tímido, hablaba con los brazos en jarras, diciendo con un semblante muy serio: -Estas cosas no se deben tolerar en el Oratorio. Don Bosco le respondía: -Mira, veremos; ten paciencia. Él replicaba, insistiendo: -Es un escándalo y no se puede tolerar. Era la primera vez que veía a aquel jovencito hablar a Don Bosco casi con aire de autoridad. Y lo hacía con una persuasión tal que era forzoso excluir que hubiera ficción ni otro motivo humano. Se trataba de un caso realmente delicado.


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