Acompanar y escucharlos Los salesianos vivimos rodeados de jóvenes. Estos acuden a nuestras obras como abejas a la miel. Se siente cómodos en nuestros ambientes. Por algo Don Bosco prefería llamar “casas” a sus obras educativas. Casas de puertas abiertas, acogedoras.

El salesiano, ya sea sacerdote, coadjutor o laico, se siente a gusto entre los jóvenes. Sabe acortar las distancias y alargar el corazón. Pronto la relación se transforma en amistad cálida.

Estos jóvenes que llegan inciertos ante su futuro, cargando con tragedias personales o familiares, heridos por desaciertos irresponsables, carentes de una mano amiga o de un oído dispuesto a escuchar, con el corazón oprimido por el rechazo de adultos insensibles.

¿Qué buscan los jóvenes cuando acuden a nuestras obras salesianas, de cualquier tipo que sean? Los engolosina, claro, el deporte, la música, el encuentro distendido con sus coetáneos.

Es entonces cuando debe comenzar la fina labor educativa con sabor salesiano. En primer lugar, la acogida cálida, desarmante, que propicia el clima para un encuentro más personal. El joven tiene entonces la oportunidad de abrir el corazón y expresar a un oído atento sus heridas o incertidumbres. Lo cual sucede, las más de las veces, en un ambiente informal: el patio, la caminata, el grupo.

No es lo nuestro sermonear ni regañar, sino escuchar con respeto y delicadeza. Y así el joven podrá ser ayudado a clarificar su mundo interior y descubrir líneas estimulantes para una vida que sea valiosa. Ayudarles a que vislumbren sus potencialidades personales, su riqueza hasta entonces escondida. Y que sanen sus heridas existenciales.

Nosotros los salesianos necesitamos releer constantemente a Don Bosco para dejarnos impregnar de su maravilloso estilo educativo. Porque, a mucha honra, nos toca ser los Don Bosco de hoy para las multitudes de jóvenes que nos necesitan.

Heriberto Herrera

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