Me propuso ser monaguillo Desde mi nacimiento no conocí a mi padre. Me apoyaba en mi madre, aunque no siempre la sentía presente. A los diez años me convertí en una rebelde, mortificaba a mi madre, me junte con vagos de la calle, buscaba pleitos y hasta salía a robar con ellos. Tiempo después me dieron una estocada, vi la preocupación de mi madre y no quería que por mi culpa le llegará a pasar algo. Decidí salirme de ese mundo.

A los 13 años llegué al colegio salesiano a jugar. Allí vi un grupo de niños que hablaban y jugaban con un señor. Me acerqué. Hablaban de la iglesia y de Jesucristo, temas que no me gustaban. Pero esa ves sentí que era diferente. Era un sábado. El señor, que se llamaba Dorians, me habló y me invito a volver el siguiente sábado.

Volví. Me invitó a una charla, me propuso ser monaguillo. Sin saber de qué se trataba, acepté. Un día le ayudé con algunas cosas. Me invitó a quedarme en una reunión importante. Llegaron muchos jóvenes mayores que yo. Aunque apartado del grupo, los escuchaba. Alguien me integró al grupo. Hablaban de la Santa Cena. Me gustó, me sentía en familia. Me pidieron que ayudara en un retiro espiritual sin saber que no era del grupo.

Dorians me invitó para el sábado siguiente: habría algo especial. Me presenté a las siete de la mañana. Dorians me esperaba, me inscribió al retiro de iniciación en EJE. Allí vi reflejada mi vida. Me sentía bien y decidí continuar en las reuniones del grupo. En cada reunión algo cambiaba en mí.

Desde entonces el grupo me ha ayudado mucho, me hizo valorarme como persona, perdí la timidez y cada vez sentía más confianza en ellos. Aprendí a confiar en la gente y a darles una oportunidad, aunque no siempre me pagaran bien. Supe perdonar como lo hizo Jesús. Este cambio en mi vida influyó positivamente en lo social, lo familiar y lo laboral.

Doy gracias a Dios por haber puesto a ese joven salesiano en mi vida, que fue un gran guía y amigo. Ahora soy una mejor persona.

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