Creer en los jovenes como Don Bosco lo hacia

Los jóvenes están muy expuestos a la soledad y a la exclusión. El pastor de jóvenes debe procurar que la vida de ellos sea una experiencia buena. Que no se pierdan en los caminos de la violencia o de la muerte. Que la desilusión no los aprisione en la alienación.

A los responsables de jóvenes les compete acompañarlos en esa fase de la vida, ayudarles a afrontar sus debilidades y dificultades, a promover el crecimiento en su propia libertad. Ser custodios de los jóvenes requiere bondad, ternura.

Acompañar a los jóvenes a partir de la fe significa sostenerlos en su discernimiento vocacional. Que aprendan a tomar decisiones fundamentales de vida, sobre todo si éstas tienen carácter irreversible.

La fe es sintonizar con el 

modo de ver de Jesús. Entonces se acoge con alegría y disponibilidad sus llamadas que toman cuerpo en elecciones de vida concretas y coherentes.

«No me han elegido ustedes a mí; sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca.» (Jn 15,16-17). La vocación a la alegría del amor es el llamado fundamental que Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar fruto.

La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades.

Creer significa ponerse a la escucha del Espíritu y en diálogo con la Palabra que es camino, verdad y vida con toda la propia inteligencia y afectividad, aprender a confiar en ella encarnándola en lo concreto de la vida cotidiana, en los momentos en los que la cruz está cerca y en aquellos en los que se experimenta la alegría ante los signos de resurrección.

Discernir la voz del Espíritu de otras llamadas y decidir qué respuesta dar es una tarea que corresponde a cada uno: los demás pueden acompañar y confirmar, pero nunca sustituir.

No siempre es fácil reconocer la forma concreta de la alegría a la que Dios llama y a la cual tiende su deseo, y mucho menos ahora en un contexto de cambio e incertidumbre generalizada.

Otras veces, la persona tiene que enfrentarse al desánimo o a la fuerza de otros apegos que la detienen en su camino hacia la plenitud. «Los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan» (Laudato Si’, 205).

Creer en los jóvenes, como Don Bosco lo hacía. Creer en sus potencialidades, no importa su historia más o menos turbulenta. Acompañarlos en el fatigoso camino de crecimiento en la genuina alegría de vivir. “Los quiero felices aquí y en la eternidad”, decía Don Bosco.

 

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