Ser mediador de la voz del Senor no es nada facil Por muchos años me ha tocado desempeñar mi ministerio sacerdotal en el seminario, lo cual significa acompañar a los jóvenes que han sentido un llamado especial de Dios a entregarse totalmente a su servicio.

Dicha tarea la he desarrollado siempre bajo una doble impresión: el privilegio de contar con la confianza de muchos jóvenes que abren su alma con humildad, y hasta con candor, para dejarse iluminar en su discernimiento; y ese temor que sobrecoge, al tener consciencia de que uno debe interpretar lo que Dios tiene dispuesto para cada joven.

Ser mediador de la voz del Señor no es nada fácil. Pero el camino de la mediación humana es la forma ordinaria que Dios ha escogido para dar a conocer su llamado a sus elegidos, tal como lo muestra la Biblia en los diversos episodios de vocación.

Recuerdo en particular el caso de un joven, casi en mis primeros años de dicho ministerio. Inteligente, lleno de vida y de simpatía, con gran capacidad de liderazgo, con dotes deportivas, artísticas, musicales, de gran ascendiente entre sus compañeros y entre los muchachos en el apostolado. Un joven que proyectaba su vida de salesiano con un futuro muy esperanzador.

A mí me tocó recibirlo y guiarlo en sus primeros años de seminario. Proveniente de una familia relativamente acomodada, se fue adaptando con docilidad y esfuerzo a la vida sobria del prenoviciado, y a las siguientes etapas después. La apertura sincera y la confianza en la dirección espiritual le permitieron, haciendo recurso a su fe, ir purificando sus motivaciones para comprender que la vida consagrada implica comprometerse en el seguimiento e imitación de Jesucristo, antes que el éxito apostólico o el gusto por vivir en comunidad o el mero ilusionarse con la figura de Don Bosco. Fue aprendiendo a caminar en pos de Jesús por el camino que señalan las Constituciones salesianas, dejando atrás el estilo y las actitudes que no compaginan con esa forma evangélica de vivir.

Eso le permitió ir moldeando su carácter, tendiente a reacciones impulsivas; ejercitar la paciencia y la tolerancia como virtudes propias de la vida comunitaria; asumir una forma de vida diferente a la independencia que vivía en su hogar. Puedo decir que este joven, con una muy buena disposición para dejarse guiar, fue dando pasos muy significativos hacia su maduración humana, espiritual, salesiana.

Cuando Dios lo llamó a su presencia, todavía a mitad de su camino formativo hacia el sacerdocio, quedó la sensación, en quienes lo conocimos y tratamos, de que una vocación que prometía mucho se había truncado repentinamente. En los designios de Dios, seguramente ya estaba maduro para el logro de esa aspiración última que nos debe mover a todos en nuestro camino de fe.

 

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