Acompanamiento y discernimiento van muy de la mano En los muchos años al servicio de la formación de jóvenes salesianos he tratado de entender que mi tarea de acompañante es un caminar con mucho respeto junto al otro.

Poco a poco he llegado a entender mi tarea como un facilitador de su madurez humana y de su encuentro con Dios por medio del discernimiento. Vivimos disipados o distraídos. Muchas cosas nos preocupan y requieren nuestra atención o nuestro afecto.

La experiencia vital de un ser humano, y más en esta época en que se ha multiplicado la comunicación y la imagen, suele ser la de la propia dispersión interior, hasta sentirse como atrapado.

Muchas personas, incluso religiosos, se encuentran descentrados de Dios, incluso disgregados intelectual y afectivamente. El acompañamiento apunta en primer lugar a una integración equilibrada de las distintas vertientes de la existencia personal que haga posible la vida en y para Dios.

Me voy convenciendo de que acompañamiento y discernimiento van muy de la mano. Se trata de ayudar a mirar en profundidad, ayudar a escuchar esas voces internas, distinguir, sopesar, eso que llamamos discernir; ayudar al compañero a integrarse escuchando la silenciosa voz de Dios en su vida, la presencia del Espíritu que orienta e ilumina el proceso. El acompañamiento permite hacer que las personas se levanten por sí mismas y descubran el camino que Dios ha trazado para ellas.

En este proceso y en las relaciones que implica, la libertad personal del acompañado es de suma importancia. No es posible, entonces, la intromisión en la vida y decisiones del otro.
Me ha gustado mucho una frase de San Juan de la Cruz: “Aquel que quiere estar sin arrimo de maestro y guía será como el árbol que está solo y sin dueño y no llegará a la sazón”. Esto indica claramente que la historia de la espiritualidad está fundamentalmente unida a la historia del acompañamiento espiritual, que nuestra condición de caminante exige pedir ayuda.

Un caminar respetuoso junto al otro. Es la conciencia de saber que el otro existe antes de que yo me acerque a él. Es un intento delicado, respetuoso, paciente, porque cada persona guarda el tesoro de su vida en su corazón. Es, en definitiva, darle espacio al Espíritu Santo como íntimo acompañante.

 

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