Alguien cercano que trabajaba en salud nos recomendó "una solución". hr Tenía 26 años y un novio desde hacía diez años. Vivía con mi mamá y mis hermanos. Mi novio y yo teníamos trabajos exitosos y muchos proyectos juntos. Un día la vida nos jugó una mala pasada y ambos perdimos nuestro empleo. Todos nuestros sueños se vinieron abajo.

En ese momento salí embarazada. La primera reacción de mi pareja fue: yo respeto lo que vos decidas hacer, pero yo no estoy preparado para esto.

Me invadió un gran miedo de ser madre soltera por lo difícil que eso es en esta sociedad, porque eso te limita profesionalmente y también porque mi hermana era madre soltera y yo había vivido de cerca lo difícil que era para ella. Fue decisivo para mí la falta de apoyo de mi pareja: él no estaba preparado, no era el momento tampoco por la falta de recursos económicos, ese bebé llegaba en el peor momento.

Teníamos alguien cercano que trabajaba en el campo de la salud y nos recomendó una solución. Ni siquiera sé qué era, no quise enterarme. Eran unos óvulos de algún tipo de medicamento. Mi novio me los puso. Cuando comencé a sangrar tuve mucho miedo, la hemorragia no paraba y me asusté. Mi novio me llevó al hospital y todo se vio como si fuera un aborto espontáneo. Hicieron el procedimiento de esos casos que es un legrado. Mientras estaba en el hospital sentí un terrible miedo de ser castigada, sentía que todo el mundo sabía lo que había hecho. Mi familia nunca se enteró.

No habían pasado 48 horas de todo cuando me dije a mí misma: ¿qué hice? ¿por qué no lo afronté? ¿por qué no lo intenté? Arrepentimiento.

Tuve remordimientos por mucho tiempo, me sentía culpable, sabía que lo que había hecho iba en contra de mi fe y eso me ponía peor. Me dio depresión y no paraba de repetirme: ¿qué hice? ¿por qué no tuve valor? No quería tocar el tema por nada del mundo. No quería hablar con nadie. Pasé seis años sin entrar a una iglesia.

Un día me atreví a confesarme con un sacerdote que me explicó que debía confesarme con un obispo y allí comprendí mejor la gravedad de lo que había hecho. Recibí el perdón, pero seguía sin perdonarme a mí misma.

Pasó el tiempo, mi noviazgo terminó y además enfermé. Mi salud y mi vida estuvieron seriamente comprometidas. Entonces fue cuando Dios me demostró cuánto me ama. Ahora me siento amada y perdonada a pesar de lo que hice. Por la enfermedad que tuve y de la que soy sobreviviente ahora me resulta muy difícil tener un hijo. Aquella era mi oportunidad y la dejé ir. Ahora lo único que me duele es saber que no me veré realizada como mamá porque no puedo quedar embarazada, simplemente no puedo. Mi miedo no me dejó tener al único hijo que podría tener.

Aunque ya me perdoné, a veces no puedo dejar de pensar en cómo sería mi vida con un hijo que ahora tendría diez años. Me encantan los niños, pero nunca sabré qué es tener un bebé en el vientre, un bebé que sea mío.


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