Experimenté una emoción indescriptible. hr Soy una sobreviviente del aborto. Mi mamá enfermó cuando estaba embarazada y, a pesar de que jamás se le cruzó por la mente abortarme, pudo tener esa posibilidad.

Tengo 34 años y seis años y medio de casada. Cuando cumplí 22 años descubrí que tenía ovarios poliquísticos y útero bicorne, un problema congénito que convierte el útero en dos. No iba ser imposible ser madre, pero sí difícil. Fue un balde de agua fría, pero estaba joven y no pensaba tener hijos tan pronto. Me concentré en seguir indicaciones, medicamento para los ovarios poliquísticos y un chequeo anual.

Más adelante cuando la relación con mi novio, ahora esposo, iba siendo más formal, comencé a pensar en mi condición. Me sentía frustrada, pensaba que era injusto, que simplemente se me había negado tener hijos, no era mi decisión sino de la vida.

A los dos años y medio de matrimonio busqué un médico experto en infertilidad. Con una dosis alta de medicamento logré quedar embarazada. Experimenté una emoción indescriptible.

A la sexta semana perdí a mi bebé.

Perder un hijo por un aborto espontáneo es difícil, durísimo. El cuerpo simplemente lo expulsa y no puedes retenerlo. Pasaron muchos meses antes de poder superar el trauma.

Después de una larga pausa, iniciamos de nuevo el procedimiento. Tres días después de haber tenido noticia de mi embarazo, lo perdí. El médico detectó que un raro defecto genético en mí, dificultaba el embarazo.

Un par de años después, lo intentamos de nuevo y quedé embarazada. No lo podíamos creer. A pesar de complicaciones pasajeras, seguí un programa intenso de medicinas y cuidados extraordinarios. Mi familia y mi esposo me apoyaron incondicionalmente.

En la ultrasonografía que me realicé a los cinco meses de embarazo nos enteramos que a nuestro bebé no se le había formado su mano izquierda. Esa noticia fue devastadora, me sentía culpable, pero dejamos todo en manos de Dios.

Cuando nació, entendimos todo. Dios nos preparó a lo largo de estos tres años para este bebé. A pesar que su mano izquierda no está formada, él es perfecto. Comprendimos que Dios nos lo dio así porque tenemos el corazón fuerte, lleno de amor y somos capaces de salir adelante juntos. Mi bebé es un milagro y un regalo de Dios.


manita  
Especialmente al comienzo y al final de la vida el ser humano apenas puede defender por sí mismo su derecho a la vida, su dignidad humana y su integridad personal.

En estos momentos necesita a los demás quienes han de reconocerle la dignidad inviolable y el carácter sagrado de su vida; los demás deben amar su vida y aceptarla, además de ayudarla, cuidarla, protegerla, y acompañarla.

Se puede decir que desaparece la solidaridad cuando los necesitados son vistos únicamente como una carga.

Los cristianos debemos alzar la voz por todos aquellos que no la tienen. Toda vida, incluso si está enferma o limitada, tiene una dignidad irrenunciable y no debe ser vista como inferior o carente de valor.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: 2319, 2322-2323


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