Riley Kaminer Están saltando las alarmas en el mundo entero sobre la epidemia de la obesidad, especialmente infantil y su consecuencia asesina, la diabetes.

¿A quién echarle la culpa de esta crisis sanitaria? La gama de responsables es elevada: vida sedentaria, alimentos azucarados, comida chatarra, genes que predisponen.

La obesidad en tiempos viejos era símbolo de riqueza: pocos podían darse el lujo de comer en abundancia. Hoy la obesidad es un fardo que perturba nuestra calidad de vida y conduce al desastre de la diabetes.

Pero obesidad y diabetes no son una fatalidad. En la mayoría de los casos basta con una dieta saludable y ejercicio físico moderado.

El problema es la falta de disciplina personal para adoptar un estilo de vida saludable. Nada de extremismos. Menos azúcar, más fruta y vegetales, ejercicio físico.

Y disciplina mental para resistir la propaganda avasalladora de los mercantes de golosinas cargadas de azúcar, bebidas edulcoradas y alimentos saturados de grasa.

Padres de familia y centros educativos deben repensar su rol ante esta epidemia. Educar a los niños a comer sano, reorganizar los comedores escolares. Es un contrasentido que una escuela se esfuerce por la calidad de la enseñanza y luego promueva venta de golosinas que envenenan el organismo de los niños.

Dios nos ha dado la vida, que exige un cuerpo sano. Tenemos la obligación de cuidar nuestro organismo para vivir una vida productiva y placentera. No se trata de cultivar una bella figura, sino de que el organismo humano funcione como es debido.

Mente sana en cuerpo sano, como decían los antiguos.

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