28037814124 d4cffec6a1 o1024px 1. Encuentro de Jesús con Zaqueo

 Queridos jóvenes: ustedes han venido a Cracovia para encontrarse con Jesús. Y el Evangelio nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó.

Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere cruzar la ciudad. Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.

Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro.

Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros.

 

28347425030 f9e3412acb o1024px 2. Segundo obstáculo: vergüenza paralizante


Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte.

Ustedes habrán experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo corrió más adelante, subió y luego, cuando Jesús lo llamó, se dio prisa en bajar. Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón.

Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito».
Queridos jóvenes, no se avergüencen de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderlos con su perdón y su paz. No tengan miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No se dejen anestesiar el alma, sino aspiren a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad.

 

28658943435 b492cbe9d0 k1024px 3. Tercer obstáculo: críticas


Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador.
Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar a un Dios, rico en misericordia. Puede que los bloqueen, tratando de hacerles creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos.

En cambio, nuestro Padre hace salir su sol sobre malos y buenos, y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de ustedes, porque creen en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengan miedo, piensen en cambio en las palabras de estos días: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Puede que los juzguen como unos soñadores, porque creen en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No se desanimen: con su sonrisa y sus brazos abiertos ustedes predican la esperanza y son una bendición para la única familia humana, tan bien representada por ustedes aquí.

Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él. La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón.

Jesús mira nuestro corazón, tu corazón, mi corazón. Con esta mirada de Jesús, ustedes pueden hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que les digan «qué buenos son», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia.

No se detengan en la superficie de las cosas y desconfíen de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalen bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que han recibido gratis de Dios, denla gratis, porque son muchos los que la esperan.

 

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4. Date prisa y bájate

Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa. Date prisa, porque hoy es necesario que me quede en tu casa.

Ábrele la puerta de tu corazón. Jesús te dirige la misma invitación: Hoy tengo que alojarme en tu casa. La Jornada Mundial de la Juventud comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora.

El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños.

Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu navegador en el camino de la vida.

Jesús, a la vez que te pide de ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios. Fíense del recuerdo de Dios: su memoria no es un disco duro que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días.

 

 

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