Mario Mejía esparce alegria por todos sus poros. Don Bosco, cuando joven sacerdote y andaba rodeado de muchachos desarrapados por las calles de Turín, fue considerado como un loco digno de un manicomio. Desde que era un muchacho pobre, tenía algo así como un oratorio en embrión. Reunía en un potrero a los muchachos del vecindario y les organizaba juegos de todo tipo, incluía la buena palabra y la oración. Hasta le puso un nombre optimista a su proyecto: La Sociedad de la Alegría.

Ahora abundan los soñadores como Don Bosco en su edad juvenil. Mario Mejía, salvadoreño, ya no es un muchacho sino un papá hecho y derecho. Su chifladura es el oratorio. Esparce alegría y optimismo por todos sus poros.

Se le ha ocurrido una formidable idea: ¿Por qué no imitamos a Don Bosco y nos lanzamos a diestra y siniestra a multiplicar minioratorios. En el barrio, bajo un árbol, en un rincón, en la calle, en un parque, donde sea.

Minioratorios en cualquier día de la semana, a cualquier hora. Basta conseguir pelotas, libros, cuadernos, guitarras…

En Centro América son millares los que han crecido al lado de Don Bosco: en un colegio salesiano o parroquia, en centros juveniles u oratorios o en talleres…

¿Qué tal si esos minioratorios brotan como hongos a lo largo y ancho de Centro América?

Quien quiera dejarse contagiar por el entusiasmo efervescente de Mario, puede contactarlo a través de su correo electrónico:
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