Ha vivido entre los jóvenes por toda su vida salesiana Como sacerdote he dedicado 43 años a la educación de los jóvenes, además de tres años acompañanado a seminaristas. Durante estos años he trabajado sobre todo en El Salvador, Panamá, Costa Rica y Nicaragua. En total, en siete obras educativas salesianas.

Siento la alegría y la satisfacción de haber dedicado estos años al trabajo educativo, tarea siempre importante y necesaria para ayudar a los jovenes a encontrar su misión al servicio de la sociedad y de la iglesia.

Una de mis grandes satisfacciones es sentir que el Señor me ha llamado a participar en la misión que confió a sus apóstoles de ir y enseñar y hacer discípulos suyos. He aprendido a admirar la obra del Espíritu Santo que sigue haciendo maravillas en los jóvenes y los conduce hasta alcanzar la estatura de Cristo por caminos que solo él conoce.

Con el tiempo he podido comprobar este trabajo del Espíritu a través de exalumnos sacerdotes, salesianos, cristianos comprometidos en la sociedad y en la iglesia. Los he visto en movimientos laicales, en buenos hogares. Algunos rehacen caminos equivocados inspirados por la educación salesiana recibida.

Me satisface comprobar cómo el sistema educativo de Don Bosco es actual. A veces me he sentido frustrado por el ambiente negativo en que viven muchos jóvenes, ya sea en sus familias como en su entorno social.

A mi edad sigo sintiéndome educador, aunque ya no pueda asumir el ritmo de trabajo de mi juventud. Estoy convencido de que la sola presencia física entre los jóvenes ejerce una función educativa, como los abuelos o los tíos en una familia.

Animo a los jóvenes salesianos a vivir en espíritu de gratitud la vocación recibida como don y asumirla de acuerdo al donante. Entusiasmo y optimismo son requisitos indispensables para la hermosa tarea de un educador salesiano. El resultado lo pondrá con el tiempo el Espíritu del Señor.

Recuerdo a un alumno de último año de bachillerato que soñaba con ingresar a la universidad. Sus estudios iban mal, a tal punto que arriesgaba perder el año. Le hablaba y aconsejaba continuamente para que al menos lograra salvar su último año de colegio. No solo no me escuchaba sino que tampoco se preocupaba de sí mismo. Iba adelante por inercia, sin metas. Aprobó con dificultad el curso e ingresó a la universidad. A los pocos meses visitó su colegio. Había experimentado un cambio radical: alegre, optimista, sereno, seguro. Era evidente que la semilla plantada en el colegio salesiano estaba brotando hermosa.


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