El P. Jorge saltó de la pastoral tradicional a una pastoral más creativa y estimulante.

Nacido en Kérala, al sur de la India, en 1941, en una familia de sólida vida cristiana. No solo su familia, sino la entera región de Kérala vive una experiencia cristiana caracterizada por su identificación robusta como comunidad católica y alimentada por la proyección misionera. La diócesis es rica en vocaciones sacerdotales y religiosas.

Con tal gen en el alma, optó por estudiar la teología en España y así abrirse al mundo de las misiones salesianas. Ordenado sacerdote, es enviado a la misión salesiana en Carchá, al norte de Guatemala, un municipio extenso con una población mayoritariamente indígena de la etnia qeqchí.

A su llegada a Carchá quedó impresionado por las condiciones de semiesclavitud y extrema pobreza en que vivían los campesinos indígenas en las fincas. Soñó entonces con acercarse a ellos e intentar estimular su protagonismo que los ayudara a ser sujetos de su historia personal y comunitaria, liberándose de la sumisión atávica a que estaban sometidos.

Su habilidad por los idiomas le ayudó a aprender con soltura el idioma local, el qeqchí. Eso le facilitó el contacto inmediato con la gente y así establecer un lazo de confianza con ellos.

Como sacerdote joven lleno de energías y grandes sueños, saltó de la pastoral tradicional a una pastoral más creativa y estimulante. No todo fue miel sobre hojuelas. Gente interesada en que no se tocara la situación social imperante, enarcaron las cejas. Surgía un rumor sordo de suspicacias.

La situación de desventaja de la mujer indígena era lo que más le preocupaba. ¿Qué podía hacer él para ayudarlas a crecer como personas? Acometer solo la empresa sería una tarea infinita. Entonces brotó la inspiración: ¿Y si fundaba una congregación religiosa integrada solo por muchachas indígenas? Era un reto al prejuicio indiscutido: los indígenas no son aptos para la vocación religiosa.

Un grupúsculo de muchachas indígenas fueron la semilla de aquel sueño. Pero había que romper esquemas. No una congregación de corte occidental, con hábitos distanciadores y vidas claustrales. ¿Se podía vivir el carisma de la vida religiosa respetando el estilo de vida indígena? El experimento funcionó.

Las reservas y desconfianzas que se levantaron ante esta originalidad de vida consagrada no impidieron que el brote congregacional tomara impulso. Así nació la congregación religiosa indígena Hermanas de la Resurrección.

Estas hermanitas sencillas, libres de las complicaciones del modelo occidental, se han convertido en los agentes de cambio para millares de mujeres indígenas. Ahora recorren aldeas viajando en transporte público, caminando largas horas por senderos rudimentarios, conviviendo con su propia gente, liderando programas entusiasmantes de crecimiento indígena. Todo en lenguaje llano, con alegre familiaridad. Para los indígenas, ellas son “sus monjas”.

El Padre Jorge sigue con su ímpetu misionero multiplicado. De su energía inagotable brotan constantes proyectos atrevidos en los que promoción humana y evangelización liberadora van de la mano. Su innata capacidad administrativa agiliza la concreción de iniciativas novedosas. Le gusta retar a la gente a ser protagonistas de su propia vida. Cree en su potencial. Les ofrece asistencia para que caminen solos.

El lema con que dotó a su congregación femenina (Talita Kumi: Muchacha, levántate) sigue despertando fuerzas dormidas, pero poderosas en el mundo qeqchí.

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