HnoGabriel Osorio Margucho

Me llamo Gabriel, soy Salesiano Hermano Coadjutor y nací en Argentina. Quiero contarte como de a poco Dios me fue abriendo un camino totalmente inesperado para mí. Se trata de la historia de la relación entre él y yo. De más está decir que desde mi primer aliento Dios me acompañó.

Pero esta historia que quiero contarte comienza cuando tomé conciencia por primera vez de su presencia en mi vida y descubrí, con la ayuda de muchos amigos que me regaló, de cuánto me quería. Tenía 16 años. A partir de ese momento comencé a vivir una serie de experiencias que me demostraron lo feliz que era entre los jóvenes con los que compartía cuando Dios estaba presente entre nuestras actividades implícita o explícitamente. Recién me estaba enterando de que Dios estaba vivo. Mi vida cobró un sentido tremendo.

Los salesianos acompañaron este proceso y me ayudaron a entender lo que se podía y a admirar en silencio lo que no se podía. El testimonio de alguno de ellos, en especial de dos sacerdotes, fue muy significativo para mí. Yo también quería hacer lo que ellos hacían y vivir tan feliz como ellos me demostraban. Pero, obviamente, me asustaba enfrentarme a una idea tan nueva para mí. Hacerme cura salesiano nunca había estado entre mis planes. Esta posibilidad me atraía porque podía dedicar mi vida a los jóvenes y a ese Dios con el que me hacía cada vez más amigo. Pero me hacía mucho ruido porque, para serte sincero, no me sentía con “pasta” de cura. Sentía que esa parte del binomio no me correspondía.

Cuando cumplí 17 me dije: “Bueno, es así, loco. Las dos cosas vienen juntas, ser salesiano y ser cura. Así que si querés ser salesiano consagrado metele para adelante no más”. Entré a la congregación en febrero del 2008. Era muy poco lo que en un año y medio había podido conocer de la iglesia y de la congregación, pero esa pequeña ignorancia me sirvió muchísimo. Veía todo con ojos del que ve por primera vez. Todo era novedad. La comunidad que Dios me dio ese año fue muy buena. En ella había dos personas que fueron (y son hasta hoy) muy importantes. Se trataba de dos hermanos coadjutores, una especie de salesiano consagrado que, para mi sorpresa, no eran curas. Viviendo con ellos pude evacuar muchas dudas sobre qué era ser hermano coadjutor, qué y cómo lo hacían. Lo que más me llamó la atención fue su sencillez de vida, su cercanía sin vueltas con la gente y con nosotros y su capacidad de estar en las cosas de Dios y sentir su presencia en lo de todos los días. Eso hacía que vivieran con una corazón tan alegre que trasparentaba a Dios. ¡Eureka! Era la respuesta a mis inquietudes.

Al año siguiente, finalizando el noviciado, elegí ser hermano coadjutor convencido de que era mi lugar. Y este Dios del que te cuento, ese Dios que quiere ver a sus hijos felices, me ha ido demostrando hasta el día de hoy que ese modo de vivir es para mí. Soy feliz siendo salesiano, soy feliz siendo hermano coadjutor, soy feliz trabajando con los jóvenes y para ellos, a la par con mis hermanos salesianos sacerdotes. Y mi corazón inquieto sigue latiendo con fuerza por Dios, el Dios amigo, el Dios de Jesús del que te hablaba al inicio y del que espero hablar hasta mi último día. Ánimo. Abrite a su presencia y confiá. Del resto se encarga él.

Hno. Gabriel Osorio, Salesiano
Inspectoría Artémides Zatti,
Argentina Norte

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